jueves, 29 de noviembre de 2007

San Andrés de Teixido

El camino de San Andrés de Teixido es una sola historia; aunque tal vez podamos decir que es toda la Historia y, por ello, llena de miles de historias más pequeñas, que se acomodan en ella a lo largo de la línea del tiempo. Porque, debemos preguntarnos: ¿por qué desde los tiempos del Neolítico, los hombres no han dejado de creer que a San Andrés de Teixido va de muerto quien no va de vivo?

Y esa frase lo dice todo: allí van todos los muertos. Y algunos, miles de millones, claro, también van de vivos.

Trescientos mil vivos llegan aún cada año hasta San Andrés. Pero los muertos: ¿cuántos de miles de millones de almas han partido desde el último puerto, en la barca de piedra que conduce al Más Allá de las Islas, a la isla de los Bienaventurados, errante en el mar, y que a veces se vislumbra en el horizonte desde los finisterres? Pero, más que ninguno, pese al propio lugar así llamado, Finisterre o al Galway irlandés –el lugar más al oeste de Europa—, fue San Andrés el elegido por la Historia y, acaso, por la geografía mítica, para ser el embarcadero de las almas que parten hacia el otro mundo.

Los griegos y los celtas tenían, en relación a la muerte, creencias semejantes. Los griegos enterraban a sus difuntos con una moneda en la boca, para que el alma del finado pudiese pagar con ella al barquero Caronte y de ese modo, cruzar el río del Olvido. Y este río, para los griegos, es el gallego Leça, el mismo río que en el año 137 antes de Cristo, como nos cuenta, quizás falsamente, Tito Livio, los soldados del procónsul Décimo Junio Bruto, —que tras su victoria cambiaría su nombre por el de Galaico— se negaron a cruzar, presos del miedo. Los celtas, en cambio, creían que desde los últimos puertos, tomando una barca de piedra, que en San Andrés es absolutamente real y así se denomina a la mayor de las islas Gabeiras, —que según apreciaba el historiador Antonio Fraguas: “semeja la proa de un barco anunciado su llegada a puerto”— se llega en ella hasta el Paraíso.

Para ambos pueblos, celtas y griegos, la ruta que describe el sol es primordial para dar sentido lógico al razonamiento. El sol, obviamente, sale por el este y se oculta por el oeste. San Andrés, como finisterre, es el último lugar desde el que se ve ocultarse el sol, siempre teniendo en cuenta que para las creencias de la época, la tierra era un disco plano y la existencia de América ni se sospechaba. Pero, ¿a dónde va el sol?

Para esto también tenían respuesta: tras ocultarse bajo el horizonte, que ellos imaginaban como un inmenso precipicio por el que se desbordaba en catarata el océano, comenzaba a alumbrar el otro mundo, la isla de los Bienaventurados, donde viven las almas en un mundo del placeres, por toda la eternidad. Y el último lugar antes del ese precipicio es San Andrés.

Las fascinación por ver el infinito de lo desconocido, teniendo estas creencias en mente, es fácil de ver aquí, en este lugar, final del camino de las vidas, del mismo modo que es final del camino de un sol que muere y renace cada día, misteriosamente y de nuevo, por el otro lado, por el este. El romano Floro, de fiarnos de su testimonio, nos cuenta la fascinación que sufrió el propio Décimo Junio Bruto al contemplar el finisterre. Muchos años más tarde, un poco antes de 1842, un inglés llamado George Borrow, y conocido en nuestros lares como Jorgito El Inglés, llegó a Galicia dispuesto a escribir el que titularía The Bible in Spain. La fascinación que él mismo nos describe por esta contemplación del infinito, merecería incluso que copiara aquí su cita textual. Pero, no lo haré, porque ellos son tan sólo dos entre millones de ejemplos posibles y prefiero anteponer mi propia sensación a la suya.

Pero debo antes proseguir el relato, la descripción inicial de este lugar que es historia por sí mismo y que no se puede contar, ni explicar, sin que la historia ronde a cada frase. Quiero decir que ya desde su propio nombre, el de la zona en que se inscribe, y que los griegos, por error, tal como reconoce y nos cuenta Plinio, llamaban Tartares, el tártaro, aunque nunca tal nombre tuvo, sino el de Artabria y más tarde, Trasancos, pero que seguía representando algo más que el fin del mundo: el propio infierno. Y en esta idea oscura cayó como un losa para toda la eternidad sobre una tierra que, en cambio, los celtas consideraban luminosa. Pero, quizás fruto de esas creencias, perviven en Galicia desde la época medieval topónimos como Lamas do Inferno o, en Ferrol, O Inferniño.

Artabria es, según d´Arbois de Juvainville, el lugar en el que reina Cronos, tras ser vencido por Zeus en la batalla contra los Titanes. Y son los textos de Hesíodo, donde convergen de nuevo las creencias de celtas y griegos, cuando nos habla de la llanura Elusión del rubio Radamantis, peinada por los vientos del noroeste y postrera morada de los reyes que fueron y de los héroes de las guerras de Tebas y Troya. Píndaro, en la segunda olímpica escrita para los Juegos Olímpicos celebrados en Atenas en el año 476 antes de Cristo, dice de la llanura Elusión “que se confunde con las islas de los Todopoderosos o de los Bienaventurados, para formar una única isla donde se encuentra la fortaleza de Cronos asociado con Radamatis”.

Pero ¿quién era este Radamantis? La propia palabra nos muestra su clave, Radamantis es el Ra egipcio, el Atón, el sol de los celtas. Así que Cronos, el tiempo, y Radamantis, el sol, se asocian en el mismo lugar en que uno se pone y otro se acaba. Convergen las religiones paganas, como más tarde convergería también el Cristianismo, que lejos de imponer su férrea ley, se adapta, dando lugar al sincretismo que pervive hasta nuestros días. Y todo converge, una vez más, en la misma esquina del mapa, porque, claro está, ni siquiera estas creencias pueden pasar más allá del horizonte físico que marca el disco plano de la tierra y la catarata en la que el mar se precipita.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

655.000 muertos por 30 billones de dólares

Una de las profesoras de Economía que tuve de estudiante, -lamento no recordar su nombre­- postulaba que para saber las verdaderas razones ante cualquier tipo de fenómeno, no cabía más que preguntarse por la financiación que lo sustenta o la viruta que se espera obtener. Esta visión, no por marxista, deja de ser menos cierta y hasta ahora, no he encontrado ejemplos que la desmientan.

Pongo esto a cuento de la guerra de Irak, una guerra de la que todos sabíamos en España (bueno, casi todos) que respondía a una sola razón y que esta era económica: el petróleo. Por mucho que el Trío de las Azores, maracas en mano, demonizase a Saddam, -que no hacía falta, pues tiempo había que sabíamos de sus andanzas-, ni veíamos (algunos) superioridad moral en los demonizadores. Vamos, que a estos no parecía caerles bien el traje de superhéroe luchando contra el mal por la simple razón de salvar el mundo.

Pues, hala, tuvimos que apechugar con la montaña de mentiras que desplegaron urbi et orbe, hasta que un día, al fin, reconocieron que aquello de las armas de destrucción masiva no era más que eso: la excusa.

Pero claro, la vida da muchas vueltas y al cabo del tiempo, resulta que en los USA están en recesión, que el dólar va cuesta abajo frente al euro, el déficit fiscal se dispara, el sistema crediticio se tambalea por esas hipotecas basura que flotan en el charco de la economía… y los intelectuales yankis echando leña al fuego. ¿Todos? No. Que no a todos les va la canción protesta y los hay que cantan al poder, aunque, de paso, les canten otros olores más hipócritas.

Resulta que leo en Cotizalia que el periodista Jim Holt, sesudo analista que escribe en el Wall Street Journal, The Washington Post o The New York Times, -casi nada-, se ha dado cuenta, a buenas horas, de que la verdadera razón de la guerra fue el petróleo. Y que de error nada, que esa decisión, la de atacar Irak puede ser, nada menos, que el mayor éxito de la historia de los Estados Unidos, verbigracia.

El hombre ha ido sumando dos y dos y, al acabar la cuenta, le salían nada menos que 30 billones de dólares, que es lo que, al parecer, vale el petróleo que hay en el subsuelo iraquí. Y dijo el tío, agudo él: ¿a que va a ser por esto?

Pero no se quedó ahí, que va, que si no la cosa no tendría gracia, ni iba a haber nadie que comprase uno de esos tabloides para leer semejante novedad, sino que añadió de su cosecha que ese control petrolífero le permitiría al país de las barras y las estrellas mantener su predominio político y económico del mundo.

Sólo le faltó añadir el diálogo de Bush, con la voz ronca de Marlon Brando, diciendo aquello de: “No es nada personal, son sólo negocios” y a continuación, con una sencilla mirada a su consiglieri, ordenar la muerte de 655.000 personas, muerto arriba, muerto abajo, que no se van a parar a contarlos a todos.

Estas son las lecciones que nos dan: que la mentira y la hipocresía son sus armas y que la violencia es rentable, que Darwin tenía razón en lo de la ley del más fuerte y lo del pez grande y pez chico y que ya estamos todos haciendo lo posible para emigrar a los USA, no vaya a ser que algún día tengamos algo que el tío Sam codicie y nos dé una patada en el culo para arrebatárnoslo.

martes, 27 de noviembre de 2007

Ulises y los Vikingos en Ferrol

No es que uno pretenda buscarse antepasados ilustres, ni necesite reafirmar su amor a la tierra en razón de un par de hechos históricos (y tal vez menos siendo de la naturaleza que son). Pero no deja de resultar fascinante que, entre las escasas fuentes clásicas que se refieren a Ferrol, haya una que sobresalga entre todas: la Odisea original, la de Ulises que versificó Homero, nos habla de la venida del propio Odiseo, que junto con sus hombres y naves llegó hasta las puertas mismas de la entrada de la ría de Ferrol, tal como nos describe en el Canto X:

Cuando llegamos a su excelente puerto –lo rodea por todas partes roca escarpada, y en su boca sobresalen dos acantilados, uno frente a otro, por lo que la entrada es estrecha— todos mis compañeros amarraron dentro sus curvadas naves y quedaron atadas, muy juntas, cerca del puerto, pues no se hincaban allí las olas, antes bien había en torno una blanca bonanza. Sólo yo detuve mi negra nave fuera del puerto”.

Una exacta descripción del pasillo estrecho entre acantilados de la bocana de la ría, a la que en el siglo XVIII, protegerían del paso de las naves los cañones enfrentados de los castillos de San Felipe y la Palma, capaces de enviar al fondo de las aguas a cualquiera que osara acceder a la ría. Llegaron a tenderse cadenas entre ambas fortificaciones para detener a cualquier embarcación y poder bombardearla más fácilmente, antes de enviarla para siempre al infierno de los barcos, que también puede corresponderse, de tener en cuenta su incontable número, con este mismo lugar, infierno de todos los muertos.

Aquel primitivo Ferrol que se encontró Ulises estaba gobernado por un rey llamado Antifates Lestrigón, que tramó la muerte de los recién llegados con la intención de usarlos como viandas para su mesa. Pero mientras preparaba el primer plato con uno de los hombres de Ulises, los demás, no se sabe si aprovechando un descuido o en una estampida provocada por un repentino pánico, lograron huir hacia sus naves, siendo interceptados por los enormes lestrigones que, desde los acantilados, arrojaban piedras a sus barcos hasta hundir todos ellos excepto el de Ulises, que gracias a haberlo dejado fuera del puerto, pudo huir para no volver jamás.

Esta historia que nos refiere Homero, parece, curiosamente, coincidir con otra, sucedida más de mil años más tarde, exactamente en el 867, cuando aún faltaban muchos años para que los castillos de La Palma y San Felipe franqueasen la entrada de la ría. En esa fecha una expedición compuesta por naves normandas, escandinavas y vikingas, se introducen en la ría hasta la cocina y asaltan el monasterio de San Martín de Jubia, conocido como “o do Couto”, entre otros muchos actos de piratería que asolaron la zona.

Para su desgracia, una fiera tempestad, unida a la inesperada resistencia de un ejército ligero, armado de ballestas y, probablemente, catapultas, al mando del rey Ramiro, heredero del Alfonso el Católico y Magno, les envió alrededor de setenta naves a pique, proeza que no estuvo mal, pero que no detuvo la misión devastadora de los invasores, que en aquella ocasión, habían asolado Irlanda, Isla de Man, Escocia, Inlgaterra, París, por el Sena, y Nantes, por el Loira, antes de atacar Galicia en Ferrol, Ares y Mondoñedo, continuando luego por Portugal, destruyendo Lisboa en trece días, tomando Cádiz, desembarcando en Sevilla y pretendiendo llegar hasta Córdoba por tierra.

Pero desde Córdoba, los tres mejores generales del éjército de Abd-al Rahman II, conocido aquí como Abderramán II, organizaron columnas que al mando del eunuco Nasr lograron deshacerlos por completo. Se calcula que mataron diez mil normandos e incendiaron treinta navíos, frente a unas pérdidas de sólo mil hombres a manos vikingas. Lo que deja bien a las claras que el asunto iba más allá que una simple cuestión de huevos.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Violencia gratuita

Un día, uno de esos amigos que de repente desaparecen de la vida sin dejar más rastro que el recuerdo, me dijo, en una de esas conversaciones supuestamente inteligentes, que nada más fácil que cometer un asesinato, así, sin más, por las buenas. El crimen perfecto. Según él, resultaría imposible que nadie descubriese nuestra identidad, ni nuestra implicación, si se cumplían unos cuantos requisitos básicos y se seguían al pie de la letra

El primero de ellos era carecer de cualquier clase de antecedentes penales. El segundo, no pretender con el crimen ninguna clase de compensación, es decir, evitar que pueda existir cualquier clase de móvil. En tercer lugar, elegir una víctima con la que no exista ninguna relación. Y en cuarto lugar, olvidarse de reincidir.

El plan era como sigue. Agarra uno un hacha, un cuchillo de cocina, o cualquier instrumento de fácil adquisición y de uso cotidiano y vulgar, que no presente dificultad tanto para conseguirlo como para deshacerse de él —lo del hacha era su opción preferente—. A continuación, elegir una zona poco transitada, a poder ser oscura y en la que no sea fácil que pueda haber incómodos testigos. Tras eso, aguardar el paso de la víctima, no importa cuál, la primera que se nos acerque y, sin mediar palabra, asestarle el golpe mortal, asegurándose bien de que la dejamos completamente desprovista de vida. Sólo restaría entonces abandonar la zona, sin precipitación, ni prisas, y teniendo previsto el camino de regreso. Finalmente limpiar bien el arma de toda posible huella y deshacerse de ella en un lugar dónde jamás pudiese ser encontrada, el fondo del mar, por ejemplo.

Así de simple y así de sencillo. La policía se enfrentaría a un rompecabezas imposible en cuanto se descubriese el cadáver: ninguna relación entre la víctima y el asesino, inexistencia de móvil, carencia de antecedentes penales y de testigos, de cualquier clase de huella y ausencia de arma homicida. Imposible saber quien fue el culpable: uno más de los muchos casos sin resolver que, en alto porcentaje, suceden cada año sin que se les dé publicidad alguna.

Yo le replicaba que muy bien, perfecta la teoría, pero que llevarla a la práctica no era tan fácil. Es decir, que existían demasiados elementos externos gobernados por el azar para poder controlarlos enteramente.

Porque, ¿cómo tener la absoluta certeza de que nadie nos ha visto? ¿Cómo en un crimen como ese, evitar que la sangre de la víctima nos salpique y nos delate? ¿Cómo evitar que el interfecto grite si fallamos el primer golpe e incluso el segundo? ¿Cómo mantener la sangre fría, para rematarlo sin piedad, y la calma para abandonar el lugar sin prisas, pero sin pausa, llevando además consigo el cuchillo o el hacha ensangrentada?

Y sobre todo, le decía yo, tú no has leído “Crimen y castigo”: ¿en qué lugar dejas el remordimiento, la conciencia, la huella que tal hecho pueda dejar en nosotros mismos? ¿No acabaríamos también por delatarnos, por entregarnos para recibir el justo castigo ante semejante crimen injustificable? ¿En qué lugar habremos de dejar nuestra moral?

Y además ¿por qué íbamos a hacerlo? ¿Sólo para demostrar que se puede salir impune, sin lograr con ello ninguna clase de enriquecimiento, ni material, ni personal? ¿Sólo por decir, ves, tenía razón, y sin poder siquiera decírselo a nadie más que uno mismo ante el espejo? Y, en el peor de los casos, ¿cabría la posibilidad de que el asesinato acabase por gustarnos y nos sobreviniesen tentaciones de actuar de nuevo para sentir en el hocico y en el alma herida el aroma de la sangre?

Nunca pude comprender el daño por el daño, la destrucción por la destrucción, sin obtener ninguna clase de satisfacción a cambio. Me resulta imposible comprender qué clase de voz interna obedecen, simplemente, aquellos que destrozan los espejos retrovisores de una hilera de coches aparcados, o los que prenden fuego a un contenedor, arrancan una papelera o dejan sin pantallas ni bombillas a todas las farolas de una calle. Y eso que el daño, aquí, se hace sobre objetos inanimados, es decir, que no sufren. Si acaso sufren los propietarios de esos coches o, indirectamente, los ciudadanos que con sus impuestos sufragan el daño que los destrozos al patrimonio público causan aquellos a quienes estas consideraciones parecen no afectarles. Pero, puestos a buscar razones, más allá de la razón, porque la razón para mí, en estos casos, debe estar ausente, puedo culpar de ello a causas como el exceso etílico, la perturbación por las drogas y hasta, simplemente, el deseo de impresionar a una cómplice damisela con la certera puntería del que lanza la piedra y da en el mismo centro de la farola. Hasta ahí, llego. Puedo también comprender, que no justificar, a aquel que roba, porque con ello consigue un botín que ansía. O cualquier otro crimen con el que, quien lo comente, obtiene algo a cambio y valore ese algo por encima del daño que causa para obtenerlo.

Pero, pese a que mis razones me parecieron siempre de peso y que con ellas nadie, razonablemente, podría vencerme en un debate, los hechos, poco a poco, me van contradiciendo.

El otro día, desde la ventana de mi casa, vi a unos muchachos, muy jóvenes y a plena luz del día, lanzando piedras contra una farola, sin que hubiese, aparentemente, ni alcohol, ni drogas, ni cómplices damiselas presentes en el acto. Ni tan siquiera puntería, ni reto alguno en tal acto, porque lo intentaron hasta diez veces, sin conseguirlo y finalmente se fueron, así, sin más.

Y fue esto lo que me recordó aquella conversación con mi amigo, quien, por cierto, apareció un día muerto, golpeado al parecer por un objeto contundente que jamás se encontró —puede que incluso se tratase de un hacha—, hace ahora cinco años, sin que se haya descubierto hasta hoy quien fue su asesino, ni por qué lo hizo, ni qué clase de satisfacción obtuvo con ello.


(Este relato literario no contiene necesariamente hechos reales).





domingo, 25 de noviembre de 2007

Todo está escrito

La sangre corre alegre por mis venas. Con fuerza. No sabría decir si con la misma fuerza de entonces. Las emociones, con el tiempo, se cubren con el manto del tiempo mismo. Con multitudes de capas invisibles, pero tangibles, que nos alejan del origen tanto como la cumbre de la montaña lo está del valle. Mi corazón estaba entonces en el fondo de ese río que recorre los ondulados repliegues de la falda del monte y hoy es bandera que ondea al viento frío en la más alta cima.

Y en este punto, el paisaje que mi vista recrea no es espacio, ni es agua ni tierra, sino que es azotea desde la que el tiempo se percibe con los propios ojos: de allá a lo lejos, del horizonte donde el río nace, partí un día, y ahora puedo ver de un solo golpe todo el camino recorrido, como quien desde el más alto mirador imaginado pudiese verlo todo en su conjunto y, al mismo tiempo, percibir claramente, con la nitidez de un día claro en el que la lluvia recién hubiese limpiado el aire y lavado la tierra, cada uno de los detalles. Y la canción que mi corazón dibuja con cada nuevo latido arrebatado fuese el único sonido.

Sólo sé que mi corazón late ahora como está escrito que debe latir un corazón enamorado: atropelladamente, medio al galope y medio desbocado. Sólo sé que mi sangre pide otra sangre compañera, que corra de igual modo, empujada por un mismo impulso que el impulso mío. Sólo sé que mi sino y tu promesa se han fundido hasta formar un solo cuerpo, una perfecta esfera que en su rodar me derriba.

A mí, que más que esperar a que el destino llamase un día a mi puerta, he sido la espera misma. A mí, que la espera tantas veces confundí con el infinito inabarcable y que infinitas veces me inundó los ojos y llenó mi alma de desesperanza. Y esta palabra, espera, que nunca terminaba de escribirse de tan grande era, tuvo en el diccionario de mi alma un sentido que nadie puede imaginar que pudo haber tenido. Un sentido que, de tan superlativo, no puede condensarse en palabra tan pequeña.

La hora del destino me ha llegado. Y de esa hora imprecisa paladeo ahora su primer minuto. Más tú, que desconoces todo, que hasta tu propio nombre ni siquiera sabes, ¿cómo poder decirte, cómo explicarte lo que tampoco yo a comprender alcanzo?

Porque sé que tu cerebro virgen, en el que tu propia historia, tu pasado y gloria, se han borrado, no podrá quizás nunca beber de la eternidad de su destino; debo dejarlo al margen: quiero hablar a tu cuerpo, al sentimiento que despierta en ti y que sé te asusta, al alma que te anima y que es la misma alma que me amaba, que aún me ama y que te avisa de que mi presencia es todo lo que aguardas: al alma que ha regresado para decírmelo, pero que aún carece del don de la palabra.

No debes comprenderlo, ni lo intentes. Te diré que hace tiempo que dejé ese vano empeño en el rincón de las preguntas sin respuesta. Porque sí he comprendido que no es la razón la que nos hace humanos, ni la que mueve el mundo, ni tampoco sirve para descifrar las leyes inabarcables del universo y de la vida. No. La lógica es un vano invento, un esfuerzo inútil. Lo que nos hace humanos es el impulso, la causa o el origen de nuestra sonrisa, de nuestras lágrimas, de todas esas cosas que la bioquímica del cerebro no puede explicar en su real sentido. La muerte lo borra todo: la razón, el pasado y todo aquello que creemos que somos o que fuimos. Pero algo permanece: el alma. Y el alma sólo vive por el deseo de animar la vida. Y el ánimo de la vida es el amor.

Veo eso en tus ojos. No necesito racionalizar nada. Tú has vuelto porque tu alma así lo ha querido. Porque tu alma sabe que la muerte, ninguna muerte, puede hacer otra cosa más que aplazar el destino para el que fue creada. Y tu destino tenía que pasar la prueba de la muerte, del mismo modo que el mío tuvo que pasar la prueba de la vida y la agonía de la espera.

Cuánto nos han mentido las religiones creadas tras tu muerte. Cuánta verdad había en lo que a ti y a mí nos habían enseñado, en tu primera vida. No temías entonces. Tú único dolor era el de la separación, el de la despedida de quien sabe que debe afrontar un largo viaje lejos de donde estar quisiera. Y hasta mis lágrimas derramadas, tantas, como la incesante sangre que al salir de ti, empalidecía tu semblante, no eran por el dolor de perderte para siempre, porque creía que la entrega de tu muerte y tu promesa de amor correspondida, habrían de cumplirse un día, que ahora llega.

No temíamos la muerte. Siempre supimos que no era el fin de nada. Pero cuánto dolor me trajo la implacable desesperanza, el tiempo interminable de la espera. Y sólo la esperanza incombustible, renovada, vencía a esa desesperanza, en una batalla tras otra. Eso y sólo eso es el verdadero resumen de mi vida. Lo demás son sólo circunstancias.

Quiero, por eso, hablarle a tu espíritu. Hacer lo posible para que, de algún modo, se recobre. No digo recuerde, porque no tiene ese atributo, esa potencia que le capacite. Pero yo sí que guardo esos recuerdos. En alguna parte de mi cerebro siguen tan vivos como entonces.

A veces, al pensar en esto, en estos días, creo que nuestro destino, tal vez único, sí responde a una lógica, a una sabiduría infinita que hizo que yo viviese para que pudiera guardar dentro de mí esos recuerdos capaces de despertar tu alma y hacer posible que en su regreso no permanezca ciega e ignorante de un fin que desconoce debe cumplir. Sabio destino el nuestro, dotado de una sabiduría que los hombres han perdido porque han fijado sus objetivos en aquello que, sencillamente, podía animar, con placer, una única vida. Una vida que creen comienza en el parto y que termina con la muerte. Y no es cierto.

Pero es hora de que volvamos de nuevo a nuestro origen. A los primeros días. Tú eres ahora, tras el combate que segó tu primera estancia junto a mí, en tu regreso, alguien afectado por la temible amnesia. Todo lo has perdido. Eres algo nuevo que yo veo, de una parte, idéntico a ti. Un gemelo de ti, que no me reconoce. Bendito tu amigo, Ramón Escadas, que por sí mismo ha sabido despertar su propia alma y encender una luz que alumbre la tuya. Gracias a él, a la confianza que de ti supo ganarse, sabrás que lo que voy a contarte no es más que tu propia vida, o mejor, nuestra vida. Porque yo sólo puedo explicarte las cosas que pasaron desde el primer momento en que nos vimos. Desde aquel momento en que mi caballo blanco corría sobre el acantilado de esa playa que tan bien conoces, en las que tantas veces has estado sin saber siquiera por qué es tu playa preferida.

Esa playa a la que, según me contaste, sigues yendo cada verano, al menos una vez, para cumplir el íntimo deseo de dejarte besar por sus aguas y que ahora, no entonces, todos los que la frecuentan llaman Cobas.

Esa playa que es última del Atlántico, desde la que, bien visible, se muestra majestuosa la punta del cabo Prior y el rumbo del norte gira allí hacia el este por una nueva ruta de otras aguas, ya cantábricas: la antigua ruta de Irlanda que recorrían los courraghs bordeando el golfo de Vizcaya. Y justo al doblar el cabo, como quien dobla una esquina, cambia todo: el aire, el cielo, la tierra y hasta el tiempo mismo.

Pero hoy, en Cobas, en esa última playa, la postal es idéntica: el mar parece el mismo y quizá esté también la misma arena, cubierta de otra arena nueva. Y las mismas rocas, tal vez con más heridas: heridas del embiste incesante de unas olas que no cesan de golpear con furia o con caricias. Agradezco a los dioses que los hombres no hayan mancillado la tierra en que he nacido, que la hayan ignorado, que la especulación y el progreso les haya sido esquivo. Agradezco que, a pesar de que todo esté cambiado, todavía queden, junto al mar, casi las mismas piedras vírgenes, la misma costa intacta en ese tramo irrepetible.

Mi pena son los pocos lugares que me quedan, apenas una pequeña parte de esa playa y algún otro rincón junto al mar que, ignorándolo tú, ni sabiéndolo yo tampoco, compartimos sin haber coincidido nunca sobre esa misma arena: Campelo, el lugar impoluto que conoces tan bien, al que dices que acudes cuando precisas creer que nada más que tú y el agua existen, he ido yo muchas veces. No en verano, cuando se llena de gentes insensibles que sólo buscan tostar su piel o cabalgar las olas. No, en invierno. Cuando la playa es desierto y no hay alrededor ninguna casa, ningún vehículo, ningún vestigio que recuerde que una vez fue pisada por el hombre, salvo esas escaleras que hacen posible descender el vertical acantilado que amuralla como un biombo el anfiteatro del agua y la cinta de arena. Me gusta estar allí cuando las aguas rugen y asola el viento, cuando el mar ha lavado cada huella y limpiado los restos nauseabundos que dejan quienes no respetan nada. En esos momentos, miro a mi alrededor y siento que vuelvo a mis primeros días, cuando el mundo era nuevo, virgen, puro y la fealdad de los hombres, sus intereses y ambiciones no habían ultrajado aún la obra de los dioses.
Fragmento del capítulo 16 la novela "Todo está escrito", obra del mismo autor de este blog, Francisco Corbeira

sábado, 24 de noviembre de 2007

Santiago Roncagliolo

El azar, la casualidad o lo que sea, junta la mayor parte de las veces a las personas. Coincides, sencillamente, en el tiempo y en el espacio. Pero no eliges a esos compañeros de viaje fugaces que se cruzan de repente en tu vida. No los eliges en ese momento inicial, claro. Pasa así con los compañeros de trabajo, en particular y con todo el mundo, en general.

Nuestro pequeño mundo cotidiano se reduce, a lo sumo, a unas pocas docenas de personas con las que compartimos la mayor parte de nuestro tiempo, querámoslo o no. Si tenemos la suerte de que en ese restringido círculo damos con personas interesantes, nuestra vida se enriquece, aunque sean pequeños momentos fugaces de coincidencia espacio temporal.

Pocas veces valoramos la importancia de esto cuando elegimos o tomamos decisiones importantes que afectan a nuestro futuro. Elegimos los trabajos por el sueldo, por las condiciones laborales y rara vez, por el ambiente o por el equipo del que formaremos parte. No sé si esto es causa, supongo que sí en muchos casos, de esa insatisfacción que nos producen todos esos empleos que no nos enriquecen en el plano humano, donde las relaciones y el aprendizaje mutuo son superficiales. Donde no llegamos a congeniar plenamente con nadie.

Y así, forzados a una rutina donde el azar y la casualidad cada vez son bienes más escasos, la vida discurre en nuestro pequeño mundo cotidiano, con más pena que gloria y casi dando gracias por tener lo que tenemos, que aún menos mal.

En mi vida particular, esos momentos fugaces, últimamente, eran más bien inconstantes, por añadir un adjetivo un tanto indefinido. Una vida rutinaria encerrada en un círculo limitado. Por eso agradezco en mayor medida esas pequeñas oportunidades de salir de lo ordinario al encuentro de lo extraordinario.

En este caso, la coincidencia, por razones de trabajo, fue con Santiago Roncagliolo, escritor peruano afincado en Barcelona, ganador en el 2006 del premio Alfaguara de Novela, con la novela “Abril Rojo” y autor igualmente de “Pudor”, que fue llevada al cine de la mano de Tristán Ulloa. En esta ocasión presentaba un libro a caballo entre el periodismo de investigación y la narrativa, destripando las entrañas del movimiento terrorista Sendero Luminoso y su líder, Abimael Guzmán. La obra se llama “La Cuarta Espada” y es un libro altamente recomendable, porque, por encima del interés que a priori pueda interesarnos el tema del que trata, la claridad expositiva del relato y la calidad literaria innegable de su autor, son armas suficientes para validar el libro.

Santiago es un tipo tranquilo, atento y educado en el trato, que mira de frente y presta atención. Se interesa por la actualidad y está al día de todo lo que se cuece en el mundillo editorial y literario. Devora los suplementos culturales que caen en sus manos. Hasta ahí, la deformación profesional normal de todo periodista y escritor. Pero además, con él, la conversación, no es intranscendente, sino cargada de sustancia y sus juicios y opiniones son siempre directos, pero sensatos. En definitiva, un tipo listo, que conoce sus armas de escritor y al que recomiendo le sigan la pista, que dará que hablar, aún más de lo que ya lo hace.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Mirando hacia adentro

Hay fuerzas que arrastran, magnetismos irresistibles, pasiones que uno lleva, como marcas a fuego desde el alumbramiento, quien sabe si antes incluso. Son taras que parece que chocan contra lo racional, lo conveniente, lo sensato, pero no podemos sustraernos a ellas, hagamos lo que hagamos, bajo pena de infelicidad. Porque no se puede pelear siempre contra uno mismo sin acabar por hacerse daño.

A veces, uno debe coger el timón, cambiar el rumbo y enfilar hacia la tormenta, al choque con las olas, pese a todos los consejos: porque sólo la valentía construye el camino de los héroes. Pero hay que sumar el esfuerzo a todo ello. La constancia. Llega un momento en que ya no podemos ni debemos ponernos más excusas para tratar de hacer lo posible por alcanzar los objetivos vitales que creemos nos llevarían a la verdadera felicidad y a ese encontrar al fin nuestro verdadero lugar en el mundo.

Que ambiguo es todo lo anterior, cuánto podría concretarse si fuésemos, punto por punto, desgranando nuestras pasiones, desde las más nobles a las más innombrables. Pero no me refería a las bajas pasiones, si cabe el adjetivo, que parece moralizar bastante el discurso ­-y da pie a acaloradas discusiones para definirlas y encuadrarlas dentro de semejante etiqueta-, sino a esas que parecen ser motor de nuestra vida, que dan sentido a la pregunta de qué hago yo aquí o para qué vine, o vete tú a saber qué queremos preguntarnos.

La pregunta es si somos los mismos que queríamos ser cuando teníamos dieciocho años. En dónde quedaron abandonados nuestros sueños. En qué desvanes dejamos esas prendas que nos vestían de ilusión como ninguna otra. Ay, pero luego llegó la vida, la realidad del día a día, y los sueños tuvieron que dejarse aparcados por alguna parte y más tarde hubo que arrinconarlos definitivamente para que no estorbasen en nuestro deambular diario, acechándonos por los pasillos.

Los desvanes reales son buenos lugares para darnos cuenta de aquellos vestidos que hemos ido dejando atrás. Dibujos, cartas, poemas, textos, diarios, quién sabe. Allí están todos aquellos nosotros mismos que ya no están en nosotros. Que no sabemos siquiera si queremos resucitarlos. Al menos a alguno de ellos, pero ahí están. Refresco de nuestra memoria olvidadiza, tan selectiva que es curioso igualmente ver y analizar qué es lo que habíamos olvidado y por qué. Lo de ordenar el desván es, por esto, el cuento de nunca acabar. Uno queda atrapado irremediablemente entre el polvo del recuerdo.

martes, 20 de marzo de 2007

Vestida por 32.267.000 euros

Leo que hay un bolso de mujer, el más caro del mundo, que cuesta algo así como 34.500€, lo que cuesta, por ejemplo, un Mercedes medio bueno. Y que hay otros de 29.000€. En fin, que no me parece caro, comparado con lo que cuestan los zapatos más caros del mundo, de Stuart Weizman: un millón y medio de euros.

Pero claro, una mujer con esas prendas y ese presupuesto, debería ir excelentemente vestida. Aunque me temo que nadie iba a mirarle para los zapatos y para el bolso. Está claro que le falta un buen vestido. Y el más caro del mundo, uno de Audrey Hepburn, alzanzó en subasta los 700.500 euros.

Con estas tres prendas ya andamos por 2.264.000€. Y digo yo que habría que completar el atuendo con algunos complementos más, del que no sé si excluir las joyas, para no pasarnos mucho con el presupuesto. Pero bueno, necesitaríamos algo para debajo del vestido. Un conjunto de lencería de Victoria Secret, podría suponer unos 6,5 millones de dólares más y sólo tendríamos el sostén, eso sí, de 800 kilates.

Pero si ponemos encima de la mesa 30 millones de dólares, podemos conseguir el bikini más caro del mundo, de Susan Rosen, y así ya le tapamos todo y la dejamos preparada para deslumbrar al mundo, salvo eso sí, una buena sesión de peluquería que, dependiendo de donde nos encontremos, nos puede salir por un precio u otro. Échenle ahí 3.000 euros si hay que traer el peluquero a casa, que es lo más cómodo. Póngale el nombre que quieran al cheque.

Y ya tenemos a la princesa a punto por la módica cantidad de 32.267.000€. Y créanme que todas esas piezas se venden y hay quien las compra. Hay coleccionistas de bolsos y de zapatos, de bragas y hasta de horquillas del pelo. Si es que los ricos son bastante raritos y no saben en que gastárselo.

Digo yo, que no imagino la clase de mujer capaz de portar semejante atuendo con la dignidad que su importe requiere. Pero vamos, que el hecho de desnudarla, seguro que sería la empresa más difícil del mundo. Imaginen de cuantos guardaespaldas habría que rodearla para evitar que la dejen como llegó al mundo en plena acera.

La cosa tiene guasa y hasta da qué pensar, porque, por ejemplo, ¿se les ocurre a ustedes una mejor manera de invertir tal cantidad? (se admiten comentarios).






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sábado, 17 de marzo de 2007

El derecho a ser feliz

Se habla, por ahí, del derecho a la felicidad, a ser feliz. Como si ser feliz dependiese de unas circunstancias favorables o de algunos elementos que alguien, (¿el estado?), debe proporcionar.

No consigo comprenderlo del todo. Porque ser feliz es un estado mental. Un nirvana, donde la ausencia de deseos, nos haga sentir colmados y en equilibro con lo que somos y lo que tenemos.

Pero el sentimiento de felicidad depende de factores tan subjetivos como los pueda percibir el propio individuo. Hay ricos infelices, con depresiones, y pobres sonrientes. Quien tiene todo y se queja y quien se conforma con lo que tiene.

Ser feliz depende sólo de uno mismo. Aunque dicho así parezca categórico y tal vez hubiera que matizar que nuestro concepto de felicidad viene determinado por lo que las leyes del marketing nos impongan.

Es por eso que hay quien cree que para ser feliz hay que tener una casa enorme, como las de los famosos, un gran automóvil, una mujer despampanante y una cuenta corriente repleta. Y no es eso. Ni tampoco por comer tal o cual marca de yogures, ni por vestir la marca más selecta del mercado se es más feliz.

El marketing se especializa en crearnos insatisfacciones, en generar nuevos deseos por productos que prometen una felicidad que nunca llega.

Y es que la felicidad está en las cosas pequeñas, a veces insignificantes, como que alguien nos dé un beso de bienvenida al llegar a casa, encontrarse a gusto con la gente que nos rodea… pequeños momentos felices que procuramos.

Pero es difícil alcanzar una felicidad absoluta. No existe lo bueno sin lo malo, ni existiría el dolor sin el placer, ni la felicidad sin la infelicidad. Sabemos que somos felices por el contraste de cuando estamos fastidiados. Y la vida se ocupa de jodernos un poco a cada rato.

Creo sinceramente que la felicidad total sólo nos llega, en plenitud, en aquellos momentos en que uno se enamora y es correspondido y aún así, casi nunca nos viene todo rodado y de cara.

Por eso que no hagan planes de felicidad futura. Vivan el presente y disfruten de los momentos y de las pequeñas cosas que nos hacen felices, antes de que las canas y el espejo nos hagan ver el tiempo perdido y sin memoria de felicidad.




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miércoles, 7 de marzo de 2007

¿Por qué consentimos las cleptocracias?

Dicen que todo poder corrompe, que es en sí mismo corrupto al mezclarse con la naturaleza del hombre. Y la mayor parte de las veces, no importa si vivimos en democracia o en dictaduras más o menos encubiertas, vemos por todas partes surgir la cleptocracia, mientras nos quedamos impávidos, viendo como nos roban impunemente y aceptando todas las mentiras con que lo justifican.

Dentro de esta clase de gobiernos, que son la mayoría, los hay de dos tipos, los que cuentan con el apoyo popular y los que no, que corren el riesgo de ser derrocados, si hacemos caso a los comportamientos, casi leyes, de la Historia.

Pero esto es así precisamente a causa de un proceso evolutivo que nos llevó desde las la familia, a las tribus, las hordas, las jefaturas y finalmente los Estados. ¿Y que es un Estado?, pues una organización social compleja gobernada por una élite.

Las cuatro formas con las que los cleptócratas de todas las épocas han sobrevivido en el poder, viviendo de mejor modo que el pueblo llano han sido estas.

1. Control de las armas: desarmar al pueblo y armar a las élites. Algo que cada vez resulta más fácil, dada la tecnología compleja de las armas actuales.

2. Contentar al pueblo mendiante la redistribución de los impuestos y tributos obtenidos, haciéndolo de forma popular.

3. Utilizar el monopolio de las armas para mantener el orden público y reprimir la violencia. Algo absolutamente esencial para el poder (terrorismo, delincuencia, etc)

4. Construir una ideología o religión que justifique el régimen. Este último no es un tema banal, porque las ideologías y religiones, además, ofrecen normas que permiten la convivencia pacífica de las personas no emparentadas y da una motivación para sacrificar la vida, distinta del interés genético.

En muchas de nuestras sociedades actuales, donde el peso de la religión es mucho menor que en épocas pasadas, la ideología dominante es la que marca las formas de vida y los regímenes políticos. En las democracias pueden elegirse diferentes opciones, pero todas dentro del mismo sistema de organización del Estado.

En el tema de las armas, todos los gobiernos del mundo se suelen manejar aceptablemente, pero no así en la redistribución de la riqueza, dados los datos actuales. Y en cuanto a las ideologías, seguimos con ese capitalismo o socialismo, filosofías políticas del siglo XIX que tal vez ya empiecen a dejar de ser útiles para los tiempos que corren, antes de que sea demasiado tarde y el desequilibrio sea tal que se derive en la desintegración de los estados y del camino hacia el caos.


Fuente: Jared Diamond, “Armas, Gérmenes y Acero



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martes, 6 de marzo de 2007

El arma secreta de la conquista de América (II)

Es de sobra conocido el episodio ocurrido el 16 de noviembre de 1532 en Cajamarca, cuando Francisco Pizarro capturó y secuestró a Atahualpa, señor del vasto imperio Inca, que habitaban millones de personas y pidió a cambio el rescate más grande de la Historia: una habitación llena de oro hasta el techo.

No sólo causa perplejidad el hecho de que la tropa de Pizarro fuesen sólo ciento diez soldados de a pie y sesenta y dos a caballo, con los refuerzos más cercanos a más de 1.500 kilómetros, frente a un ejército inca de 80.000 hombres, sino el cómo algo de tal magnitud pudo llegar a pasar del modo en que sucedió.

Para explicarlo debemos retrotraernos seis años atrás, 1526: una epidemia de viruela, traída de manos de los europeos desde el norte, se adelanta a la llegada de los propios conquistadores, alcanza al mismísimo corazón del imperio inca y se lleva por delante al emperador Huayna Cápac y con él, a la mayoría de su corte. Y muy poco después, moría de la misma enfermedad su heredero: Ninan Cayuchi, con lo que en la línea de sucesión sólo quedaban Atahualpa y su medio hermano Huáscar. La lucha por el poder de ambos derivó en una guerra civil que continuaba a la llegada de Pizarro.

Un Pizarro que tuvo la suerte, pues, de encontrarse con un imperio dividido. Y hasta el hecho de que Atahualpa se hallase en aquel momento en Cajamarca se debía a que venía de vencer en dos batallas decisivas para sus intereses, no a que Pizarro lo buscase. Pero aprovechando que pasaba por allí, entró en Cajamarca a sabiendas de que Atahualpa se encontraba a cuatro leguas de la ciudad y aleccionó a sus tropas para esperar al emperador. Le envió recado de que lo aguardaba para entrevistarse con él y Atahualpa fue, hasta la mimísima plaza del pueblo.

El asunto de este encuentro está perfectamente documentado por distintos cronistas. Llegó Atahualpa en una litera tras varios cientos de sus hombres. A él se acercó biblia en mano y crucifijo en la otra Fray Vicente, que así habló a Atahualpa: “Lo que yo enseño es lo que Dios nos habló, que está en este libro” (un libro que Pizarro jamás había leído, ya que era analfabeto). Atahualpa tomó el libro, sin acertar a abrirlo. Fray Vicente quiso ayudarle, pero Atahualpa no le dejó, abrió el libro por sí mismo, vio las letras que no entendía y arrojó la Biblia al suelo, diciendo que allí no hablaba nadie.

Acto seguido, Pizarro hace una seña y sus hombres a caballo salen al galope y con los sables, las lanzas y algún disparo de efecto de sus arcabuces, siembran el pánico en la plaza. La superioridad de las armas de acero, frente a las de los incas, las armaduras y yelmos y los caballos llevaron a que fueran pasados a cuchillo más de dos mil incas sin que hubiese una sola baja por parte de los invasores.

Pizarro se fue a la litera de Atahualpa, lo tomó por un brazo y lo mandó encerrar pero, eso sí, tratándolo de modo acorde con su rango. Pidió entonces el monumental rescate y, mientras tanto lo reunía, mandó emisarios a Panamá para buscar refuerzos y a otros puntos del imperio. Mantuvo a los incas a raya gracias al secuestro del emperador y, finalmente, incumplió su palabra, porque a pesar de cobrar el rescate (que fundieron en lingotes, separando los del Rey y los de la Iglesia), mató a Atahualpa. Cuando llegó la guerra, las fuerzas numéricas ya no estaban tan desniveladas.

Cierto que las armas de acero, las armaduras y los caballos fueron elementos decisivos en la superioridad de los invasores, pero no menos cierto es que este episodio nunca se hubiese producido sin el concurso de la viruela. Las cosas para Pizarro no iban a ser tan fáciles, o tal vez los predecesores de Atahualpa fuesen más desconfiados.

Porque falta preguntarnos por qué Atahualpa no vio la trampa que le tendían. Ni jamás imaginó que aquellos españoles quisieran algo más allá de aquel oro que reclamaban. Nunca sospechó que venían para quedarse, ni para ser los dueños de todo. Ese error de cálculo fue su perdición. Sobre todo porque sabía y había oído hablar que violaban a sus mujeres y mataban sin piedad, robaban ropa y comida, incluso a las puertas de Cajamarca.



La primera parte de este artículo puede encontrarse aquí.

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lunes, 5 de marzo de 2007

Libia: de villano a héroe por el petróleo

Hubo un tiempo en que Gadafi ocupaba para los americanos el lugar en que ahora ponen a Bin Laden. Era el malo entre los malos, responsable de financiar el terrorismo internacional ya desde el año 1981, en época de Reagan, cuando la Sexta Flota yanqui derribó dos aviones libios.

Y en 1986, americanos e ingleses pretendieron, decían, quitar de en medio a Gadafi, para lo que bombardearon Trípoli y Benghazi.

Dos años más tarde, en 1988 se acusó a libia del atentado de Lockerbie y la ONU impuso sanciones a aquel país, primero del llamado Eje del Mal.

Pero ocurre que, tras treinta y siete años en el poder, Gadafi ha dado la vuelta a la tortilla. Su apertura al exterior llevó a lograr la supresión de las sanciones y el embargo en 1999 y, desde 2003, la apertura del sector petrolero y el suculento pastel petrolífero de aquel país ha llevado a que las grandes predadoras petroleras acudan a la llamada como moscas al pastel.

Porque Libia tiene unas reservas estimadas de 42.000 millones de barriles, tanto como Kuwait.

Y claro, ante los negocios, todas aquellas cositas del pasado, vamos a dejarlas y pelillos a la mar.

Por eso hasta 40 empresas internacionales han acudido a los concursos de explotación del gobierno Libio, que se la sabe todas y si no, fíjense en el dato. Están ofreciendo cifras de beneficio a las empresas del 7%, mientras que el 93% restante es para el Estado.

Y aún así, el pastel es tan grande que rusos, chinos, asiáticos, americanos y hasta la francesa Total están ya agujereando el terreno como posesos. Y todavía algunos ponen el grito en el cielo cuando Evo Morales habla del abuso de las petroleras en Bolivia.

Vayan tomando nota el resto de políticos sobre la forma de hacer negocios desde el estado con las fuentes primarias y la energía, los sectores estratégicos de los países y sus principales fuentes de ingresos, si saben explotarlos y, sobre todo, si saben alejar de su entorno la casi perenne corrupción, que se ramifica por todos los entresijos del poder.



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sábado, 3 de marzo de 2007

Otro mundo es posible

Admiro a aquellos que han perdido el reverencialismo hacia el padre, al maestro. Aquellos que se cuestionan si las verdades que nos dicen inmutables, realmente lo son. Los que creen que las utopías sólo son posibles cuando uno, además de pensar en ellas, se pone en el camino de avanzar hacia esa meta.

Vemos a diario como la información que nos sirven es tan inexacta muchas veces, y tan manipulable y manipulada, otras, que cuesta saber lo que es bueno o conveniente entre tanta contradicción. De ahí la necesidad de tener el criterio suficiente para saber desgranar el trigo de la paja y lo posiblemente cierto, de lo irreal.

Sólo un punto de rebeldía e inconformismo es lo que necesitamos para analizar si el mundo en el que vivimos es el mejor de los mundos. Y la conclusión es que, ni mucho menos. Está claro que podríamos estar en un mundo mejor.

Pero, en cambio, han triunfado unas cosas y fracasado otras, muchas veces sin que el criterio de calidad fuese el determinante. Y los sistemas políticos dominantes, herencia de la filosofía del siglo XIX ya no responden a lo que debe demandarse por parte de unas sociedades, cada vez más formadas e informadas.

Siempre es bueno preguntarse si estamos usando la energía de modo eficiente, si las fuentes que usamos son las correctas, si la distribución de la riqueza es la óptima y deseable, si realmente gozamos de las posibilidades de desarrollo que deberíamos.

Porque cuando uno se pregunta eso, se da cuenta de que son necesarios muchos ajustes para lograr hacer de este planeta, cada vez más global, un lugar en el que todos podamos vivir, sin excepciones, un lugar en el que cada vez crece más un modelo de democracia participativa que se organiza en redes y que puede, si quiere, hacer cambiar las cosas. Y no es sólo un cambio tecnológico, el camino de la globalización se abre a todas las posibilidades, buenas y malas.

Todas estas ideas, estas intenciones, han tratado de ser recogidas en este blog, con mayor o menor acierto, a lo largo de estos últimos tres meses y ese seguirá siendo el camino a llevar en los próximos. Sólo con la pretensión de que alguno, por pura casualidad, se contagie de ese mismo espíritu, llene el mundo de interrogantes y señale nuevos caminos para transitar. Eso es todo.


Gracias Jeanfreddy.




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jueves, 1 de marzo de 2007

El truco final de Nikola Tesla

La mayor parte de las veces no nos preguntamos de dónde proceden las cosas que utilizamos de modo cotidiano. Sencillamente, están ahí y funcionan, para qué cuestionarse más. Sabemos, por ejemplo, quien inventó la fregona, el chupa-chups, el futbolín, entre las más pedestres y también la bombilla o el teléfono. Y ya, los más puestos, hasta la bomba H.

Pero apenas nada de cosas tan cotidianas como el mando a distancia, el tubo fluorescente, el primer cable trasatlántico, los inicios de la energía solar, la corriente alterna, la turbina sin palas, el motor de inducción, las bujías…. Pues todos ellos y así, hasta setecientas patentes, son obra del mismo tipo: el posiblemente más genial y más controvertido científico de la Historia (casi al lado de Leonardo da Vinci). Su nombre es Nikola Tesla.

Fue también el inventor de la radio, por la que Marconi ganó el premio Nobel y se hizo mundialmente conocido y aclamado, pese a que su “invento” llevaba diecisiete patentes de Tesla. Y aunque ya en 1943, justo tras su muerte, la Corte Suprema de los USA reconoció los trabajos de Nikola como anteriores y más importantes que los de Marconi y le devolvió la patente y la autoría, no así la fama. (Aunque este reconocimiento, pese a ser de justicia, nunca tendría lugar de no mediar la demanda que Marconi interpuso al Gobierno americano por la utilización de la radio en la I Guerra Mundial y, claro: lo hicieron, más que nada, por no pagarle).

La biografía de Tesla está plagada de hechos controvertidos y de leyendas: se le relacionó con el rayo que en Tunguska que en 1908 destruyó 2.150 kilómetros cuadrados (aunque la hipótesis dominante sigue siendo la desintegración de un meteorito en la atmósfera), también con la explosión del barco francés Lena, e incluso con los rayos T, (capaces de anular y hasta borrar el cerebro). Se hablo también de un supuesto origen extraterrestre y hasta de presuntas comunicaciones con seres de otro planeta.

Su particular inteligencia, su prodigiosa memoria y su capacidad de visionar, sin necesidad de planos ni bocetos, lo que luego construía, le dieron una extraña fama, tal vez no del todo justificada. Finalmente, murió sólo, pobre y sin el merecido reconocimiento (por otra parte, como muchos otros genios).

Pero hay dos cuestiones que, para mi modesto entender, son las más importantes, aunque no las más conocidas. Tesla pretendió usar la capacidad de la ionosfera para convertir a la Tierra en un gran generador que proveería de electricidad gratuita a todo el planeta, que era su gran anhelo. Pero el proyecto se vino abajo, como casi siempre, por falta de financiación (sólo contó con 150.000 dólares de J. P. Morgan).

La segunda cuestión son sus trabajos sobre electromagnetismo, asunto sobre el que, curiosamente, hay en la página de Steorn, (tema al que me refería en el artículo de ayer) un energy issue dedicado a Nikola Tesla, que me dejó con la mosca tras la oreja.

Y digo esto porque los trabajos y documentos de Tesla fueron confiscados por el Gobierno americano y hasta hace bien poco no han sido desclasificados. Incluso hay quien dice que no todos ellos lo han sido aún, pese a las numerosas voces que en Internet así lo solicitan.

Sea como fuere faltan todavía por estudiar todos esos papeles que Tesla dejó y quien sabe si en ellos hay más de lo que realmente sospechamos, sobre todo, teniendo en cuenta lo que se adelantó a su tiempo. Pero puede que esta no sea la última vez que este gran genio nos sorprenda a todos, ya que como él propio Tesla dijo: “el futuro es mío”.

Vean, si pueden, una película que toca en parte el tema: El truco final (The prestige), con David Bowie interpretando a Tesla.



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miércoles, 28 de febrero de 2007

Steorn y el movimiento continuo

El principio de la conservación de la energía y el primer y segundo principio de la termodinámica son puestos en entredicho por la proclama de una empresa irlandesa, Steorn, que anuncia haber creado un dispositivo que provee de energía ilimitada y que este podría ser aplicado a cualquier aparato conocido.

Todo el mundo sabe que el primer principio de la termodinámica ha sido comprobado miles de veces y que, hasta la fecha, nadie ha podido contradecirlo y todo aquel que lo ha pretendido ha caído en el más profundo de los descréditos. De ahí que, sistemáticamente, hayan sido desmontadas todas las fábulas de supuestos creadores de aparatos que prometen el movimiento continuo.

También es cierto que la ley de la gravedad de Newton se comprobó miles de veces, hasta que un tipo llamado Einstein la puso en entredicho al formular la teoría general de la Relatividad y, ésta, a su vez, fue puesta en colisión con la actual mecánica cuántica, ya que ambas teorías no pueden ser verdad al mismo tiempo, lo que, dicho en lenguaje llano, indica que lo que vale para lo muy grande no sirve para lo muy pequeño. Nos falta, en cambio, una teoría (aunque ya hay la de las supercuerdas) que abarque a ambas y explique, como debe, la totalidad del universo.

Hay también quien cuestiona la física lineal actual y sus relaciones causa-efecto, que no consiguen explicar adecuadamente, por ejemplo, las causalidades circulares. En fin, que por mucho que creemos que sabemos, la única realidad es que seguimos en la caverna platónica, viendo las sombras, pero no quien las causa.

Volviendo al hilo del asunto, a Steorn, empresa que ha generado una gigantesca polvareda mundial con su anuncio, son pocos los datos que pueden extraerse de su web, salvo las puramente especulativas y, para los resultados definitivos y la validación científica, habrá que aguardar hasta finales de este año, según nos anuncian.

Dicen que ni ellos mismos saben por qué funciona su invento y de ahí que busquen el apoyo científico para teorizar sobre lo que han visto en la práctica. Y ¿qué han visto? Pues, al parecer, su trabajo se basa en el movimiento a través de campos magnéticos circulares, de modo tal que una vez de regreso al punto de partida se obtiene una energía mayor que la inicial y que esta no parece provenir de ninguna fuente ambiental conocida.

Parece cosa de magia, digo yo, que espero con impaciencia los resultados de los científicos que se han apuntado a la oferta de validación de la empresa. Ojalá sea cierto y sirva como paso adelante para la física, una rama de la ciencia que en los últimos años parece no avanzar lo suficiente. De lo contrario, estaremos frente a un grupo de charlatanes y ya vendrán los del “ya te lo decía yo” a restregar por la cara sus conocimientos de la física elemental de hace dos siglos.








martes, 27 de febrero de 2007

Ideas geniales que no pueden venderse

Todo aquello que no produzca dinero no tiene sitio en este mundo. Esta frase lapidaria nos hace comprender por qué nunca triunfarán los coches de aire comprimido que se fabrican en Francia (¿tiene precio el aire?) el motor de agua o el tan discutido “movimiento continuo”, que ya lleva cuatro desarrollos por parte de un inventor independiente de Vilanova i la Geltrú, que busca patrocinadores en internet o la de la empresa Steorn.

Es también francamente difícil que el llamado Proyecto Océano, impulsado y creado por el escritor Alberto Vázquez-Figueroa, tenga el éxito que merece, no porque no pueda ser la mejor opción para salvar al mundo del hambre y la miseria, sino porque, es tan genial y produce un agua tan barata, que el beneficio para las empresas competidoras en la desalinización actual le impiden posicionarse en el mercado como debería y encima, el gobierno, ha parado el único proyecto que iba a realizarse en Almería. No sé si por presiones del resto del sector, aunque da qué pensar.

Este proyecto en el que su autor ha invertido más de 200 millones de pesetas (dice que toda su fortuna) nació en 1995, pero pocos se han dado por aludidos y si lo han hecho, después han reconsiderado la cuestión.

Es por ello que no se van a abandonar de modo definitivo los combustibles fósiles: que generan un inmenso negocio, y poco importa el cambio climático y la conciencia global sobre la necesidad de ese cambio ya.

Porque el capital no apuesta por lo innovador, apuesta por la cuenta de resultados y ahora les ha entrado la fiebre por la generación de biodiesel a partir de biomasa en todo el mundo y nuestro país no es la excepción. Se han lanzado a darle un nuevo uso a la agricultura que en algunas partes, dicen, van a hacer peligrar los cultivos destinados a la producción de alimentos.

En cambio se ve poco interés en apostar, por ejemplo, por el hidrógeno, que sí sería un combustible que no sólo cambiaría el modo en que usamos la energía, sino también las relaciones económicas a nivel mundial. Pero claro, esto no lo van a hacer los defensores del “status quo”. El capital no se va a mover hacia arenas movedizas.

Y mientras el capital aprieta y los gobiernos bailan, a los inventores les consideramos locos, genios que tienen una idea, pero que no puede venderse. Y los demás pagamos religiosamente la energía al precio que nos quieran imponer, dejando a medio mundo, los que no tienen dinero, fuera del acceso a lo más básico: la electricidad.







lunes, 26 de febrero de 2007

Asteroide Apophis: Y se enteran ahora

Resulta que parece que tenemos mala memoria (o algo peor). Los periodistas, me refiero. Y que no se comprueban las fuentes convenientemente. Se tira de noticia de agencia, se saca el titular más llamativo y apaga y vámonos.

El caso es que El País, el Periodista Digital y hasta la contraportada de Marca (amén de numerosos blogs y diarios electrónicos) se hacen eco de un boletín de las agencia EFE y Reuters sobre la posibilidad (1 entre 45.000) de que un asteroide de nombre Apophis choque contra la Tierra en 2036.

Todo eso de crear alarma está muy bien. Pero el caso es que al leer estas noticias me entró como un “deja-vu”. Ese “yo esto lo he leído antes. Ese asteroide se me hace conocido”.

Y efectivamente, fue en noviembre de 2005 cuando exactamente esos mismos titulares nos sorprendían a todos. Ahora, más de dos años después, los titulares no varían, pretendiendo vendernos como nueva una noticia que fue publicada tal cual en su día por publicaciones del prestigio de Nature, amén de la práctica totalidad de las publicaciones científicas presentes en Internet e incluso diarios generalistas.

Pero el resto de la prensa, o no la publicó en su momento o no se acuerdan de haberlo publicado y nos venden viejo por nuevo con total impunidad.

Porque ya desde 2004 se conoce la existencia del bautizado asteroide, se han hecho numerosos cálculos de probabilidades y hasta se barajaron entonces alternativas para desviar su trayectoria y, fíjense, existe hasta un proyecto llamado Don Quijote, que podría ser el encargado de cabalgar el asteroide para sacarlo de una hipotética línea de colisión con la Tierra.

Bastaba que cualquiera de esos periodistas hubiesen echado un ojo al Google para ver que el enfoque con que nos presentan como nuevo lo viejo no es el adecuado. Pero si ni esa tan simple comprobación de fuentes y antecedentes se hace, imaginen ustedes todo los que nos venden por cierto, sin tan siquiera haber sido comprobado.