Una de las profesoras de Economía que tuve de estudiante, -lamento no recordar su nombre- postulaba que para saber las verdaderas razones ante cualquier tipo de fenómeno, no cabía más que preguntarse por la financiación que lo sustenta o la viruta que se espera obtener. Esta visión, no por marxista, deja de ser menos cierta y hasta ahora, no he encontrado ejemplos que la desmientan.
Pongo esto a cuento de la guerra de Irak, una guerra de la que todos sabíamos en España (bueno, casi todos) que respondía a una sola razón y que esta era económica: el petróleo. Por mucho que el Trío de las Azores, maracas en mano, demonizase a Saddam, -que no hacía falta, pues tiempo había que sabíamos de sus andanzas-, ni veíamos (algunos) superioridad moral en los demonizadores. Vamos, que a estos no parecía caerles bien el traje de superhéroe luchando contra el mal por la simple razón de salvar el mundo.
Pues, hala, tuvimos que apechugar con la montaña de mentiras que desplegaron urbi et orbe, hasta que un día, al fin, reconocieron que aquello de las armas de destrucción masiva no era más que eso: la excusa.
Pero claro, la vida da muchas vueltas y al cabo del tiempo, resulta que en los USA están en recesión, que el dólar va cuesta abajo frente al euro, el déficit fiscal se dispara, el sistema crediticio se tambalea por esas hipotecas basura que flotan en el charco de la economía… y los intelectuales yankis echando leña al fuego. ¿Todos? No. Que no a todos les va la canción protesta y los hay que cantan al poder, aunque, de paso, les canten otros olores más hipócritas.
Resulta que leo en Cotizalia que el periodista Jim Holt, sesudo analista que escribe en el Wall Street Journal, The Washington Post o The New York Times, -casi nada-, se ha dado cuenta, a buenas horas, de que la verdadera razón de la guerra fue el petróleo. Y que de error nada, que esa decisión, la de atacar Irak puede ser, nada menos, que el mayor éxito de la historia de los Estados Unidos, verbigracia.
El hombre ha ido sumando dos y dos y, al acabar la cuenta, le salían nada menos que 30 billones de dólares, que es lo que, al parecer, vale el petróleo que hay en el subsuelo iraquí. Y dijo el tío, agudo él: ¿a que va a ser por esto?
Pero no se quedó ahí, que va, que si no la cosa no tendría gracia, ni iba a haber nadie que comprase uno de esos tabloides para leer semejante novedad, sino que añadió de su cosecha que ese control petrolífero le permitiría al país de las barras y las estrellas mantener su predominio político y económico del mundo.
Sólo le faltó añadir el diálogo de Bush, con la voz ronca de Marlon Brando, diciendo aquello de: “No es nada personal, son sólo negocios” y a continuación, con una sencilla mirada a su consiglieri, ordenar la muerte de 655.000 personas, muerto arriba, muerto abajo, que no se van a parar a contarlos a todos.
Pongo esto a cuento de la guerra de Irak, una guerra de la que todos sabíamos en España (bueno, casi todos) que respondía a una sola razón y que esta era económica: el petróleo. Por mucho que el Trío de las Azores, maracas en mano, demonizase a Saddam, -que no hacía falta, pues tiempo había que sabíamos de sus andanzas-, ni veíamos (algunos) superioridad moral en los demonizadores. Vamos, que a estos no parecía caerles bien el traje de superhéroe luchando contra el mal por la simple razón de salvar el mundo.
Pues, hala, tuvimos que apechugar con la montaña de mentiras que desplegaron urbi et orbe, hasta que un día, al fin, reconocieron que aquello de las armas de destrucción masiva no era más que eso: la excusa.
Pero claro, la vida da muchas vueltas y al cabo del tiempo, resulta que en los USA están en recesión, que el dólar va cuesta abajo frente al euro, el déficit fiscal se dispara, el sistema crediticio se tambalea por esas hipotecas basura que flotan en el charco de la economía… y los intelectuales yankis echando leña al fuego. ¿Todos? No. Que no a todos les va la canción protesta y los hay que cantan al poder, aunque, de paso, les canten otros olores más hipócritas.
Resulta que leo en Cotizalia que el periodista Jim Holt, sesudo analista que escribe en el Wall Street Journal, The Washington Post o The New York Times, -casi nada-, se ha dado cuenta, a buenas horas, de que la verdadera razón de la guerra fue el petróleo. Y que de error nada, que esa decisión, la de atacar Irak puede ser, nada menos, que el mayor éxito de la historia de los Estados Unidos, verbigracia.
El hombre ha ido sumando dos y dos y, al acabar la cuenta, le salían nada menos que 30 billones de dólares, que es lo que, al parecer, vale el petróleo que hay en el subsuelo iraquí. Y dijo el tío, agudo él: ¿a que va a ser por esto?
Pero no se quedó ahí, que va, que si no la cosa no tendría gracia, ni iba a haber nadie que comprase uno de esos tabloides para leer semejante novedad, sino que añadió de su cosecha que ese control petrolífero le permitiría al país de las barras y las estrellas mantener su predominio político y económico del mundo.
Sólo le faltó añadir el diálogo de Bush, con la voz ronca de Marlon Brando, diciendo aquello de: “No es nada personal, son sólo negocios” y a continuación, con una sencilla mirada a su consiglieri, ordenar la muerte de 655.000 personas, muerto arriba, muerto abajo, que no se van a parar a contarlos a todos.
Estas son las lecciones que nos dan: que la mentira y la hipocresía son sus armas y que la violencia es rentable, que Darwin tenía razón en lo de la ley del más fuerte y lo del pez grande y pez chico y que ya estamos todos haciendo lo posible para emigrar a los USA, no vaya a ser que algún día tengamos algo que el tío Sam codicie y nos dé una patada en el culo para arrebatárnoslo.
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