viernes, 12 de enero de 2007

Periodismo de papel

Creía que el viejo debate sobre la muerte del periodismo en soporte papel estaba finiquitado y que nada se podía decir ya sobre el tema cuando estos días, a raíz del ciento veinticinco aniversario de La Voz de Galicia, Luis Ventoso, periodista a quien admiro, incidía de nuevo, en este caso con un panegírico a favor de la empresa en la que trabaja y al tiempo, descalificando con ironía a aquellos que pronosticaron para fechas actuales la desaparición del papel como soporte de la prensa.

Y está claro que, al igual que desaparecieron los pergaminos y las tablillas de arcilla, el papel, como soporte, habrá también de finiquitarse, supongo que antes de que se terminen de talar todos los árboles de la tierra.

Podemos ponernos nostálgicos y decir que no hay nada como el papel, que un libro es perfectamente asequible para quien sepa leer y guarda durante tiempo ilimitado la información que atesora. Pero los diarios no son libros. Como señala el dicho: "No hay nada más viejo que un periódico de ayer". La prensa de ayer hoy sirve sólo para reciclar, ya que ni los bocatas se envuelven ya en el sucio papel prensa. Es por eso que tiene poco sentido un soporte permanente para una información efímera.

Pero además, el papel es un elemento estático en el que salvo imágenes fijas y texto, nada puede agregarse y su difusión depende de la distribución, con lo que la inmediatez tampoco es uno de sus puntos fuertes.

Es por ello que, cada vez más, Internet, y sobre todo, la blogosfera, están cambiando el modo tradicional en que recibíamos información: ahora la tenemos al instante, con toda suerte de aditivos: videos, imágenes, archivos, cualquier cosa susceptible de ser digitalizada. Y encima no se talan árboles, ni hacen falta las contaminantes empresas celulosas para llegar aún más lejos de lo que puede aspirar a llegar cualquier diario en papel.

Pero no va a ser el soporte lo fundamental. Porque lo fundamental de la información es el contenido. Así que es aquí donde los medios escritos van a tener que echar el resto, cosa que no están haciendo en modo alguno, inmersos en una guerra mediático-política-empresarial que uno, si no fuera un tema tan serio, acabaría descojonándose de tanta imbecilidad. Si es que de tanto querer amarrar las cosas, la soga puede acabar alrededor del propio cuello de esas empresas.

Porque los diarios hoy, a causa de la competencia de los medios audiovisuales, han querido parecerse a ellos lo más posible y para ello, ha suprimido contenido, ha cambiado las maquetaciones por otras más visuales y al fin, uno lee el diario y se queda con la sensación de que todo eso ya lo sabía, que no añaden nada a lo ya oído en las noticias de los informativos de radio y televisión.

Han prescindido del análisis, de la reflexión y hasta de la opinión. Porque, qué cierto se hace el famoso chiste del director que le pide al redactor un artículo editorial y el plumilla le pregunta: “¿Y cómo lo quiere, señor director, a favor o en contra?






jueves, 11 de enero de 2007

La amenaza del i-phone de Apple

Andan los de Nokia y supongo que también los de Siemens y los demás fabricantes de móviles con la mosca detrás de la oreja y planteándose ya despidos, cierres de fábricas y demás repliegues de velas.

La cosa parece seria. Dicen que los de Apple han registrado 200 nuevas patentes para realizar el famoso telefonillo. Pero no deja de ser un teléfono virtual, de pantalla táctil, aparentemente no muy distinto de las actuales PDA, salvo por las supuestas innovaciones tecnológicas que, a la hora de la verdad, parece que lo único nuevo que nos van a permitir hacer es navegar por Internet con el Safari, navegador habitual en el sistema operativo Mac OS X, que también trae el teléfono.

Pero, para la competencia, en cambio, el panorama les parece negro. Dicen que no pueden competir con tan novedosa tecnología, con menús tan apetitosos y con ese aspecto acristalado y ultrafino que nos ofrece Apple. Y encima los de Apple Computers se han cambiado el nombre y se ha dejado en la cuneta el computers, donde su cuota de mercado es menor. Ahora ya son una compañía global y Steve Jobs y Bill Gates se miran de reojo, no vaya a ser el demonio.

Para mí, en cambio, el nuevo aparato me plantea ciertas dudas, sobre todo en cuanto a su resistencia y su capacidad para aguantar indemne en nuestros bolsillos, sin que la pantalla se nos dañe, como pasa con las actuales PDA o lectores de mp3 y mp4.

Pero es que somos tan pijos que igual nos da a todos por hacer cola para comprar ese modelo de 8gb. de memoria que dicen nos va a costar la friolera de 599€.

Desde mi punto de vista, al igual que pasó con el i-pod, esto puede suceder nuevamente más que me cueste comprender tanta fascinación por el aparato en cuestión, que no pasa de ser un reproductor más de música.

Pero los de Apple saben bien que el secreto del asunto está sobre todo en el marketing y en hacernos creer que el consabido aparatillo es lo que nos falta para estar al día, y presumir de último modelo, sobre todo. Pero no nos va a cambiar la vida a los usuarios.

Puede que a Nokia, a Siemens o a Sony Ericsson sí, mientras no repunten con novedades que nos hagan ver al nuevo i-phone como ahora vemos aquellos viejos aparatos celulares analógicos que no cabían en bolsillo alguno.





miércoles, 10 de enero de 2007

La Seguridad Social universal

Tenemos un sistema de Seguridad Social, universal, implantado por el franquismo (debe ser la única cosa buena, además de los pantanos y los Paradores, que nos dejó la amarga dictadura) que es la envidia de muchos países. Un sistema que, por su carácter universal, no deja a nadie fuera, y primero cura y luego pregunta y, en su caso, cobra, si puede.

Como su universalidad y sus coberturas son envidadas por muchos europeos, son muchos los que aprovechan sus vacaciones en España para realizar intervenciones, consultas y hospitalizaciones, que luego, en muchos casos son difíciles de cobrar. Hasta el punto que ya parecemos el hospital de Europa.

El sistema atiende tanto a españoles como extranjeros e incluso a los trabajadores del mar, con barcos hospitales como el Esperanza del Mar, cuya labor sólo puede merecer elogios.

La medicina, en nuestro país goza de gran nivel y prestigio. Hay profesionales y hay medios. En fin, todo sería como un cuento de hadas si no fuese por las listas de espera, y por el temor, siempre presente, de que el envejecimiento de la población dé al traste con el sistema de financiación y nos quedemos todos con el culo al aire.

Y aunque a muchos parece preocuparles más el qué será de su pensión que de sus médicos y sus medicinas en el futuro, las cosas no serían igual, ni mucho menos, si no tuviéramos garantizadas la asistencia médica. De poco nos iba a servir la pensión.

En el mundo privado tenemos hospitales de renombre y prestigio, tenemos mutuas asistenciales, como Sanitas o Adeslas cuya publicidad y cuyos métodos empiezan a ponerse en duda a la vista de los hechos.

Es de sobra conocida a nivel nacional la polémica que curiosamente ha sucedido en mi ciudad, Ferrol, cuando una pareja con una hija con síndrome de Down quiso darse de alta en Sanitas, dado que en el espot de televisión de la compañía, aparecían personas con esa alteración genética.

Naturalmente no les interesa una persona que va a precisar más cuidados que beneficio va a dar a la empresa médica. Y como no es un sistema solidario, sino que busca el máximo beneficio, no le interesa. No interesan los enfermos crónicos, ni terminales, ni los ancianos. Sólo aquellos que pagan y no dan problemas.

Así, Sanitas, lo único que ha dicho es que revisaría su publicad, para que no apareciesen en sus spots personas que no estuviesen incluidas en las coberturas.

Así que podemos estar pagando toda la vida un seguro médico privado y al llegar a ancianos, ponernos en la calle o subirnos las cuotas hasta que decidamos nosotros irnos.

Es por eso que necesitamos la Seguridad Social, sin listas de espera, si puede ser, y con un fondo suficiente para garantizar las pensiones de quienes cotizamos religiosamente. Me cuesta imaginarme un mundo, un estado como este, sin esas dos características, casi diferenciales.






martes, 9 de enero de 2007

El daño gratuito

En el mundo hay dos clases de personas: los constructores y los destructores. De estos últimos no alcanzo a comprender nada. Me supera la irracionalidad de esas acciones.

¿Qué placer o beneficio se obtiene de quemar contenedores, reventar retrovisores de vehículos aparcados, farolas a pedradas, banquillos desvencijados, cabinas de teléfono? Supongo que son de esa misma raza de gentes que revientan a torpedo limpio los budas milenarios, queman libros, derriban estatuas, destrozan valiosas obras de arte y demás barbaridades.

Porque, digo yo, quien destroza un escaparate con el fin de llevarse lo que hay tras el cristal, obtiene un beneficio de su acción. Ilícito, pero comprensible: al menos hay una razón para ello. Pero el daño por el daño, eludiendo las consecuencias de esos actos muchas veces o considerándose inmunes a todo castigo, me supera el lado racional y ni siquiera el emocional consigue emocionarse lo más mínimo, salvo la irritación que estas acciones ajenas me provocan.

Habrá quién dirá que no son tan gratuitas, que el que revienta una farola lo hace para pavonearse ante sus amigos, que quien quema un monte es un enfermo y que en todas y cada una de esas acciones hay una intencionalidad. Puede ser, pero es que aún así me sigue pareciendo irracional, por el desequilibrio que hay entre el beneficio que se obtiene y el daño que se causa.

Es por ello que igualmente me cuesta comprender el daño, tanto a personas como a cosas materiales, aún justificando estos con cualquier razón, sean estas políticas, religiosas o puramente afectivas. Porque causar daño por una idea, por noble que pueda llegar a ser, o “en nombre de Dios”, apropiándose de la voluntad divina sin que esta medie en modo alguno en nuestras atrocidades, me parecen meras excusas a falta de verdaderas razones para imponer por su propio peso.

Cierto es que a veces, para construir algo, hay que derribar lo anterior, a veces destruirlo (no hablo ahora de personas) y sólo esa razón la entiendo como lógica.

Todo lo demás es una sinrazón que hace que la verdadera razón de la finalidad de ese hecho, si es que existe, deje de ser válida.



lunes, 8 de enero de 2007

La ley de los mediocres

Dicen de los USA que son una meritocracia, donde cualquiera puede llegar, desde la nada, hasta la presidencia del país. Esto es rotundamente cierto. No hay más que ver a Bush, o antes a Reagan.

Pero sí que hay algo de cierto en que en aquel país se miran más las capacidades de las personas que su parentesco, por ejemplo. Y muchas empresas no dudan en contratar a los mejores estén donde estén y cobren lo que cobren.

Todo lo contrario de lo que ocurre aquí, en España, donde los mejores están en el paro y los que trabajan, tanto en lo público como en lo privado, son en primer lugar los familiares sanguíneos, luego los consanguíneos, más tarde los amigos y conocidos y por último, una vez agotadas las conveniencias, aún no llega el turno de los más capaces, sino aquellos más dóciles, aunque imbéciles, que no sobresalgan por encima del puesto que tienen asignado y no amenacen a sus superiores con moverles la silla.

Siempre dije que el mal de muchas empresas comienza con ese nepotismo. Los hijos y parientes del jefe pasan por encima del escalafón, relegando a otros más capaces, con más experiencia y más años, lo que genera descontento. Y si encima estos advenedizos que aprovechan su estatus son unos perfectos inútiles, la empresa empieza a derivar en problemas.

Pero, si ya lo dice el refrán: el que tiene padrino, se bautiza. Y aquí y más en esta Galicia, la cosa está así desde el principio de los días.

Y así, nuestros mejores cerebros escapan, los que pueden, para buscarse la vida en otro lugar y los que quedan son un desperdicio de capital humano, un capital en el que la sociedad ha invertido en formación para, finalmente, desempeñar labores inferiores a las que serían menester.

Pero es que está arraigado en el alma, ese “¿y no conoces a nadie?” "y si hay que enviarle un jamón, se le envía", se da en todos los estamentos sociales y así nos va.

Pero es que los nuestros, los más cercanos, pueden ser inútiles y tontos, pero son nuestros y hay que colocarlos.

Podría poner mil ejemplos, empezando por algunos personales, pero seguro que no hace falta, porque todos conocemos docenas de ellos: la ley que impera es la de los mediocres.