viernes, 15 de diciembre de 2006

La era del Hidrógeno (3)

Los automóviles del futuro

El futuro será del hidrógeno. No porque lo diga yo, que ni soy gurú del futuro tecnológico, ni esto es una predicción, ni hace falta ser un lince para percibirlo: los gobiernos, empresas y organismos de medio mundo se han lanzado a auspiciar proyectos sobre la nueva energía y nuestro país no es la excepción (eh2.org/proyectos.htm)

Nacen cada día nuevas plantas de fabricación de hidrógeno a partir de cualquier fuente (biomasa, solar…), empiezan a proliferar las estaciones de repostaje de hidrógeno (31 ya en California).

Las principales compañías automovilísticas tienen modelos listos para rodar. General Motors anuncia que en 2011 estarán a la venta vehículos que funcionarán exclusivamente con hidrógeno. Pero no sólo las marcas de General Motors apuestan fuerte por el hidrógeno (y estamos hablando de Buick, Cadillac, Chevrolet, GMC, Holden, Hummer, Oldsmobile, Opel, Pontiac, Saab, Saturn y Vauxhall, sino que Mercedes, BMW, Fiat, Chevrolet, Mazda, Toyota, Peugeot, Honda… tienen también modelos de hidrógeno listos para la nueva era y llevan tiempo trabajando y desarrollando sucesivas generaciones de motores cada vez más sofisticados.

Algunas de las noticias relacionadas con estas marcas podéis encontrarlas recopiladas en el blog www.hidrogenoo.com. Por el momento y ya ahora mismo, podemos adquirir modelos híbridos de gasolina e hidrógeno, caso del Prius o el Civic de Honda, aunque no son los únicos. También en Madrid ruedan ya autobuses de hidrógeno.

La eficiencia energética del hidrógeno es muy superior y los motores ahora en desarrollo baten marcas de velocidad y potencia (véase el BMW 7de 225cv). Pero lo que es más importante: los motores alimentados por hidrógeno son eléctricos, con lo que pueden aprovechar la energía cinética que genera un vehículo en marcha y que le sirve a su vez para propulsarse.

Ahora sólo aprovechamos una pequeña parte de esa energía por medio de una dinamo, (y desperdiciamos el resto, sobre todo en las frenadas) y que nos sirve únicamente para recargar la batería, y alimentar las luces y los aparatos eléctricos, pero no nos aporta nada a la conducción, ni ahorra combustible.

Aunque la revolución no vendrá del mundo del motor, sino de la capacidad individual de ser productores y a la vez consumidores de energía: existen desarrollos de modelos de unidades domésticas de producción de hidrógeno que nos permitirán a partir de la energía eléctrica (que puede provenir de placas solares o de cualquier fuente limpia o no) producir hidrógeno, que usaremos tanto para repostar nuestro vehículo como para almacenarlo en pilas de combustible que podremos utilizar cuando necesitemos.

El desarrollo en el campo de las pilas de combustible (hidrógeno) es imparable y muy pronto dispondremos de estos dispositivos tanto para alimentar un ordenador, un teléfono móvil, o la calefacción de nuestro hogar.

La tecnología está casi a punto y la necesidad apremia. No sólo hay que alcanzar los objetivos del protocolo de Kyoto en la reducción de los niveles de contaminación, sino que, en ese mismo proceso, iran cambiando las relaciones de los hombres con la producción y el uso de la energía. Y el mundo cambiará también.

jueves, 14 de diciembre de 2006

La era del Hidrógeno (2)

Motores de aire comprimido

Hará unos cuantos años vi en la prensa la noticia de la inminente salida al mercado de un nuevo tipo de vehículos propulsados por aire comprimido, de origen francés (Moteur Developpment International), tras la que estaba el creador del invento Guy Négre.

Prometían un precio muy ajustado y un nulo coste de mantenimiento ya que, de momento, el aire sigue siendo gratis, aunque todo se andará.

Parecía un gran negocio, de ser cierto, ya que al mismo precio que un coche convencional, pero sin tener que echarle gasolina, vamos, aquello iba a ser el chollo del siglo. Fácil de vender, sobre todo flotas completas de transporte, que se iban a ahorrar hasta los libros de gastos.

Se me encendió entonces la lucecita capitalista y busqué en Internet información sobre la posibilidad de abrir un concesionario de tales vehículos, porque los clientes me los iban a quitar de las manos y hasta habría colas, lista de espera y entrega de llaves oficial.

El cuento de la lechera que me iba a llevar a rico y salvar al mundo de tanta polución, del cambio climático, del Niño, de los tsunamis… vamos, la envidia de Spiderman y de todos los superhérores de la Marvel, que, al lado del nuevo concepto de megahéroe, parecían ya poco más que chulos de barrio.

Una vez consultado el tema descubrí dos cosas: una, que había más de setecientas solicitudes de esos concesionarios en España y dos, que, donde se pueda mover un euro, anda todo dios a la caída y el más tonto hace relojes.

Descubrí también que el asunto no estaba claro, la autonomía de aquellos vehículos era sólo de 200km., sus prestaciones bastante limitadas y el diseño, nada del otro mundo y hasta, desde mi particular punto de vista y, sin ánimo de ofender, un poco feuchos aunque, eso sí, diferentes a todo lo que hay (podéis verlos y ampliar información sobre el tema en www.motordeaire.com).

Tampoco me daba mucha seguridad que sólo fuese una empresa, y desconocida en el mundo del motor, la que se lanzase a una aventura en solitario sin ser secundada por nadie. Y aquí no me equivoqué porque el proyecto pasó por muchas vicisitudes y retrasos y todavía hoy, no hay fecha prevista para su salida al mercado. Eso sí, en este tiempo han mejorado la autonomía hasta los 2.000 km. y se han desarrollado otras mejoras de las que nos hablan profusamente en su web.

Ojalá se hagan realidad, pero me temo que serán una isla, porque el desarrollo de los demás fabricantes de automóviles del mundo mundial tira para otro lado: hacia el hidrógeno.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

La era del Hidrógeno (1)

El fin de los combustibles fósiles

Primero fue el carbón, protagonista indiscutible de lo que se dio en llamar la Revolución Industrial. Más tarde llegó el petróleo, al que le quedan cuatro telediarios. Se calcula que en torno a 2040 éste prácticamente se agotará y su extracción química futura hará cuadruplicar el precio de producción actual. Muchos de los que ahora estamos aquí, podremos estar dentro de 33 años viendo ese final.

Se nos acaba la era del petróleo. E incluso la era de los combustibles fósiles, por definición, limitados. Y también poco eficientes, ya que no aprovechan la totalidad de la combustión y generan residuos altamente contaminantes.

Es hora de mirar hacia las energías renovables, cosa que se va haciendo lentamente, como sin prisas, que eso de la capa de ozono y el calentamiento global no son más que elucubraciones de científicos locos, que dejan fuera de la ecuación las inquebrantables leyes del mercado.

Así que no, que no es verdad, que estamos creciendo mucho en relación a la implantación de parques de aerogeneradores, que extraen electricidad de la energía eólica, tan limpia ella, dirán algunos. Que España es el segundo país del mundo, por detrás de Alemania y que es el país con mayor crecimiento anual en este terreno. Vale. Pero también es cierto que no será, -según las previsiones de los popes del tema- hasta dentro de diez años (y hay que hacer muchos parques aún en ese tiempo) cuando la eólica suponga, en ese futuro 2017, un 15% del total de la energía que se consuma en España.

Y hay que decir también que no toda la energía que se produce en los aerogeneradores llega íntegra a la red de distribución eléctrica, ni puede almacenarse en caso de excedente.

También es cierto que, ahora mismo, la totalidad de los parques eólicos son en tierra. No hay ninguno que aproveche los vientos marinos, pese a que, según datos de Greenpeace, la instalación de sólo 50.000 generadores en toda Europa, serviría para abastecer de electricidad a todos los hogares del viejo continente.

¿Y qué decir de la energía solar? ¿Qué estamos a la cola de Europa pese a ser uno de los países con más sol? Acaba de aprobarse un nuevo código técnico de edificación que, entre otras medidas, pretende que los nuevos edificios que se construyan o rehabiliten instalen obligatoriamente paneles solares. Obligación que entrará en vigor a partir del próximo mes de marzo. Algo es algo. Pero lo que hubiéramos ahorrado si esta norma se hubiese puesto en marcha hace 20 años.

¿Y qué decir de la extracción de energía a partir de la biomasa? ¿Y el desarrollo de combustibles ecológicos, como el biodiesel? O la energía mareomotriz, de la que al menos hay dos proyectos pilotos en marcha en Asturias y Euskadi.

El caso es que, en la actualidad, España precisa importar el 85,1% de la energía que necesita para encender el país cada mañana. Y ¿de quien depende? De terceros, como Libia, Arabia Saudí, Rusia, Argelia, México, Irak, Italia, Noruega, Nigeria… de Rusia, Arabia y México casi exclusivamente petróleo y de Nigeria y Libia, el grueso del gas natural.

Dependemos de algunos países poco fiables en cuanto a su distribución y a sus políticas. Y dependemos de los precios que nos marquen.

Además, el petróleo, como todas las riquezas fósiles, beneficia sólo a un grupo de países, quedando el resto de la población mundial, a expensas y en dependencia. Estamos viviendo ya las guerras por el petróleo. En ese marco cabe interpretar invasiones como las de Kuwait por Saddam o la de Bush en el propio Irak.

Y ahora llega el hidrógeno. Un combustible ideal. Puede extraerse del agua por medio de un procedimiento que se estudia en Educación Primaria: la electrolisis. No contamina, es más potente que la gasolina, puede obtenerse de la electricidad y a su vez producir electricidad. Puede almacenarse y sobre todo, puede producirse en cualquier parte del mundo. Es, desde ese punto de vista, una energía más democrática, que cambiará el reparto de la riqueza y nos llevará hacia un mundo más equitativo.

martes, 12 de diciembre de 2006

Cuentas por Irak

Igual que Garzón quiso sentar a Pinochet en el banquillo de los acusados por genocidio, o a los nazis en Nürenberg, ¿no habrá en un futuro no muy distante un juez en Irak, o Afganistán con arrestos para llevar al banquillo a George Bush, a Blair y al tercero de las Azores, Aznar?

Sobre todo, a este último, que hizo lo que hizo sin respaldo del Parlamento, ni más criterio y voluntad que las suyas propias (sin siquiera el apoyo mayoritario de su partido) y con España en masa en la calle pidiendo que no entrara en guerra. Hemerotecas dixit.

Ni por supuesto, tampoco tuvo el aval de la ONU, ni de ningún organismo mundial. La cosa fue por sus cojones y supongo que bajo su entera responsabilidad, por lo que, ¿por qué no pedirle cuentas? ¿Es acaso intocable?

Porque, por muy legitimados por sus democracias que estén estos tipos, ¿quién les has dado licencia para matar? ¿Y para mentir? Y si los supuestos demócratas se comportan como dictadores ¿Quién le pone el cascabel al gato?

Primero fue la trola de las armas de destrucción masiva. Trola, a sabiendas, no en razón de la información que manejaban entonces.

Luego fue decir que el mundo era mucho más seguro desde la caída de Saddam Hussein y cada día nos desayunamos, comemos y cenamos con los muertos sangrientos y destrozados de un Irak que dudo que alguna vez en su historia viviese una situación peor que la que está pasando bajo el yugo americano e inglés.

Pero el mundo no es tampoco más seguro. La inseguridad es lo que nos lleva a la histeria en los aeropuertos, a aplicar cada vez más medidas restrictivas y de control que afectan a todos, a recortar las libertades y a someternos a un estado policial que no se entendería hace sólo seis años.

¿No puede tampoco un ciudadano individual pedir cuentas por ese recorte de sus libertades y de su seguridad, que es exactamente la consecuencia de aquellos polvos: estos lodos que nos embarran a todos? Esas muertes que no cesan, esa vergüenza de Abu Graib, ese ratificar que torturaban a sabiendas, y cárceles y vuelos secretos, con media Europa haciendo la vista gorda. Lugares como Guantánamo donde no existen ni los derechos humanos, que es la antítesis de cualquier democracia.

Y todos mirando para otro lado.

¿Habrá un día en que alguien se atreva a mirarles de frente y pedirles cuentas? ¿O pasará como con Pinochet que, como todos los dictadores, mueren en la cama, riéndose del mundo?

Lenguas cooficiales y televisión

No sé cómo empezar esto, pese a que tengo el tema muy claro, desde hace muchos años, pero es un asunto de encendidas y enfrentadas sensibilidades.

Pero podemos empezar por una anécdota ocurrida hace cuatro años, en Mallorca. En una tertulia en la que estábamos cuatro andaluces, una extremeña, una chica madrileña y yo, gallego (que nadie de esos lugares se dé por aludido o incluido en esta anécdota). La conversación devino en un punto en el que yo planteé la pregunta de si verían bien que un cantante fuese a Eurovisión cantando en gallego o vasco. Todos contestaron que no, que tenía que hacerlo en castellano. Pregunté entonces por qué Rosa podía salir diciendo “Europe living a celebration”, pero ni así se apeaban de su contradicción y mantenían ambas posturas al tiempo. Dije entonces que hoy, a Serrat, volvería a pasarle lo mismo si mañana se le ocurriese la feliz idea de presentarse a Eurovisión cantando en catalán.

Veintiocho año de democracia y reconocimiento de las autonomías y de las lenguas cooficiales en cada territorio, para seguir igual que cuando Serrat no pudo cantar el “La, la, la” en catalán.

Y esto me desmontó la teoría de la conspiración, que devino en algo así como la ley de la pescadilla que se muerde la cola.

Lo cierto es que yo venía observando hace tiempo que es inútil buscar en las televisiones nacionales a alguien cantando en cualquiera de las otras lenguas de España diferentes del castellano. No digo esto gratuitamente. Durante un tiempo me dediqué a la promoción musical de grupos de Galicia y uno sabe contra qué muros se bate. Se puede cantar en inglés e incluso en portugués, mira tú. Pero en gallego, catalán o vasco…

Por hablar de Galicia, que es el tema que uno más conoce, nadie verá más allá de Piedrafita en ninguna televisión patria a grupos como Berrogüetto (pese a que actúen por toda Europa) o a Susana Seivane o Cristina Pato, a Xosé Manuel Budiño, Leilía o Uxía. Seguro que el 99 por ciento de los lectores de fuera de Galicia que lean estas líneas no saben ni de quien les hablo. Pues todos ellos son grupos con proyección internacional, pero con nula proyección nacional, salvo en Galicia, claro está.

Digo lo mismo de Catalunya, por ejemplo. Viví durante seis años allí y ahora, desde la otra punta peninsular desconozco cualquier cosa de la cultura catalana en catalán. No sé qué grupos nuevos hay, ni qué cantan, ni por dónde va la onda. La televisión considera que todo eso no entra dentro de sus competencias y punto. No se trata de conspiración, es un hecho. Y qué decir de la música vasca. Y no hablo de las televisiones privadas, sino incluso aquella pública, que pagamos todos, hablemos la lengua que hablemos.

Muchos me dirán que pongo ejemplos equivocados, que hay otros que sí salieron como Carlos Núñez (pero con una cantante portuguesa cantando y editando el single en castellano) Luar na Lubre (cantando “Tu gitana” en castellano). Y no, no digo que en la tele no salgan grupos de Galicia. No hay ningún problema con Amistades Peligrosas o Cómplices, ni incluso con Siniestro Total. Pero siempre, eso sí, en castellano.

No sé si es sólo cosa de las televisiones o que, en general, en España se pasa bastante de lo que se haga por esas autonomías en sus lenguas autóctonas. Algo de las dos cosas hay. Somos así. Tragamos discos y discos en inglés, sin entender ni jota, pero nos duelen los oídos si la lengua es catalana o gallega.

Las culturas periféricas, en esta España plural, son culturas de gueto, o condenadas al gueto. Al igual que sus lenguas. Y, francamente, a mí, me duele. Me duele no sólo como gallego, me duele porque me tira Catalunya y desde las televisiones nacionales la arrinconan hasta hacerla invisible para el resto.

No sé si este mismo dolor, en otros, radicalizará aún más sus posturas nacionalistas, pero no sería extraño que se sintiese ese ostracismo, ese apartamiento social, como una agresión, o peor, como una negación del resto de España a ese hecho diferencial, que por el hecho de ser diferente, se margina.

Podríamos trasladar este ejemplo a otros ámbitos como la literatura y las traducciones de autores vascos, catalanes o gallegos al castellano. Pasa algo parecido.

Las razones de por qué, se me escapan, pero los hechos son tozudos y los programadores de televisión, también.

El bosque digital

Ya no podemos leer las viejas unidades de disco de 5,25”, ni casi las viejas casetes o los vinilos. Dentro de poco no podremos leer los disquetes de 3,5”, ni los cd, ni los dvd, (¿cuál es su tiempo real de vida útil?). Quién sabe si los discos duros actuales seguirán sirviendo, ni las memorias flash. Tampoco podemos leer los archivos que aún en un soporte legible, tengan una extensión para la cual ya no exista el programa que la creó o este programa no pueda correr en el sistema operativo actual.

Emuladores, migraciones, compra constante de nuevos soportes, son acciones necesarias para conservar nuestros valiosos datos a salvo. Pero ¿están realmente a salvo? Y sobre todo ¿por cuánto tiempo?

Nuestra generación guarda su información en chorizos de código binario que sólo un hardware y un software apropiado sabe interpretar y ahí está el verdadero problema. Que en el futuro, (y pensemos ahora en un futuro a medio plazo, pongamos 50 años) para poder leer los datos que ahora guardamos, no habrá tecnología operativa, salvo aquella que se conserve en algún museo o colección privada.

Podemos leer documentos de varios miles de años de antigüedad, grabados en piedra, en papiro, en papel… sólo con posar la vista sobre ellos. Pero la información digital no podemos leerla de la misma manera.

La ley de Moore nos dice que cada 18 meses se duplica la potencia de nuestros sistemas electrónicos. Eso quiere decir que cada año y medio tenemos una nueva generación de ordenadores y, con ella, una nueva generación de software que aprovecha mejor las potencialidades del nuevo sistema. El final de este crecimiento y la caducidad de tal ley no se avistan por ahora.

Y el software no es, ni mucho menos, un lenguaje universal, sino más bien una torre de Babel, en la que nacen y mueren cada día nuevos lenguajes informáticos, propietarios, privativos, protegidos por patentes, en manos de empresas que compiten por un hueco y huyen del estándar y la universalización.

Y mientras nosotros nos enviamos emilios a través del ciberespacio, mensajes SMS por millones y, sin embargo, esa información que nunca se guarda, que no dejará ningún rastro en el futuro, hará probablemente de esta época, para nuestros descendientes, una etapa oscura del pasado, de la que se sabrán cosas, sí, pero serán muchas más las que no se sepan.

Muchos dirán que mejor, que la gran marea de información que movemos a diario se muere nada más ver la luz, que es tan efímera, tan superficial y tan irrelevante, que no merece más vida que la de una mariposa. Y es que toda la información disponible en el mundo sigue también una ley que nos dice que ésta, se duplica cada diez años. Pero claro, no toda esa información es irrelevante, ni mucho menos. Y ahí está el peligro.

¿Habrá algún día un crack, un apagón de luz, una debacle mundial, un atentado, un virus que reviente los servidores de medio mundo y nos deje en la oscuridad? Dios nos coja confesados porque, ese día, toda esa gran burbuja digital hará “plop” de repente y tendremos la impresión de que el fuego ha devorado el desván de nuestra vida y nuestros textos, nuestros fotos, nuestros videos caseros, la música que nos ha acompañado y conformado, desparezcan.

Tal vez sea hora de que empecemos a valorar lo esencial, a desgranar el trigo de la paja, a evitar que la maraña de mensajes de marketing, incluso disfrazado de noticias, sean los árboles que nos impidan ver el bosque digital en el que estamos inmersos.

domingo, 10 de diciembre de 2006

La punta del Iceberg

Al concejal le gustaba hacerse esperar, por norma. Principalmente en su despacho, que recibía un rosario de visitas, casi todas sin cita.

Particulares, sobre todo. Gente con algún problema. Una licencia denegada, un favor rogado, una petición de vista gorda, un simple problema con el tendal del vecino. Pues eso, asuntos menores que le distraían a uno del verdadero fin: el planeamiento. El remate del entramado urbano, como le gustaba decir, para lograr la conurbación de los diferentes barrios separados aún por solares baldíos invadidos de maleza.

Los otros que deambulaban frente a la puerta del despacho, matando el tiempo de espera con pequeños paseos, repasando sus documentos o fumando, los que fumaban, la mayoría, eran constructores, contratistas, -adjudicatarios y aspirantes a serlo-.

Aunque este tenía en fase de derribo un viejo inmueble en el centro, sobre el que proyectaba edificar viviendas de precio libre. Y digamos que había hecho sus números y el beneficio previsible no le parecía suficiente. Esto, de entrada. Habitual, por otra parte. Seguro que a casi nadie le parece suficiente lo que gana.

Le tocó esperar unos cuarenta y cinco minutos. Lo suyo. Otros esperaban más. Tuvo suerte. El concejal le saludó cortés, le rogó que se sentara e, inmediatamente, alzó su mano pidiendo un momento, cogió el teléfono, marcó una extensión de tres cifras y cuando la otra persona descolgó su llamada, dijo: “Pásame ahora con quien ya tu sabes” y, dirigiéndose al constructor, le clavó: “Es que tenía que hacer esta llamada ya hace media hora y después se me pasa. No sé como, al verte, se me vino a la cabeza” y, a continuación, dirigiéndose supuestamente a su interlocutor telefónico y, en un tono de voz más alto y más agrio del que había empleado hasta aquel momento, dijo “Ya sabes por qué te llamo. Supongo que habrás leído algo en los periódicos. Así que, olvídate ¿entiendes? No pienso hacer nada. A partir de ahora, me desentiendo. No entro en tu juego” Y tras tres segundos de réplica de su oponente, bramó: “Mira, estoy muy ocupado. No, no creo. Ya te llamaré yo” y colgó.

El constructor no se amilanó. Era nuevo en plaza, pero le sobraba valor y arrojo. Estrategia, pensó. Teatral, también. Una misse en escena casi perfecta. Si no fuese por el cinismo, la hipocresía social y, como no, sus propios fines, hasta le daban ganas de aplaudir. Pero bueno, podía ser verdad, no casual, pero verdad. Había oído de todo: que a este se le untaba fácil era lo más común, pero también todo lo contrario, que iba más pegado a la legalidad que un tren a la vía. Y sólo se habían visto una vez y no en aquel despacho. Apenas presentarse y una pequeña charla de situación esencial.

Al constructor le fallaba la experiencia y le sobraban los rumores. Las más de las veces, sin base. Puros y resbaladizos rumores: mal terreno para los cimientos sobre los que debe sustentarse el buen juicio. Así que había que ser cauto y tantear poco a poco, dejando el final para el final, llegado el caso.

“Tú dirás”, dijo el concejal. El constructor sonrió, miró de frente y a los ojos y sin rastro de duda, ni de cualquier otro resquemor en la mirada, limpiamente, dijo: “Verás. He estado haciendo mis números y las cuentas no me salen”. Hizo una ligera pausa para tantear la reacción del concejal, pero no logró colegir nada, porque el otro hizo un gesto de “continúa”, moviendo ligeramente la cabeza hacia delante. Así que prosiguió, igual que había empezado. “Pues verás, el problema es que la parcela está en el casco histórico. Ya sabes, la normativa es muy estricta con las alturas y la edificabilidad, pero yo he pensado que, si ejecutamos una segunda planta de garajes, que con eso no se perjudica a nadie…” decía, cuando fue parado en seco por el concejal, con el mismo gesto de espera que le había hecho con la mano unos minutos antes. “No se perjudica a nadie, no se perjudica a nadie. Lo que no se puede y cuando digo no se puede es que no se puede, es saltarse la legalidad a la torera. El planeamiento es el que es y hay que joderse, y el que se pase de la raya, ese, sanción, sin contemplaciones”. E inmediatamente, como calentándose de golpe y elevando el tono, añadió: “Es que os creéis que venís aquí, me decís a mí que lo que queréis es pasaros la ley por el forro de los cojones, para lucraros vosotros, y yo me tengo que quedar de brazos cruzados. Manda cojones”.

El constructor, pese a la perorata, mantenía no sólo la compostura, sino hasta la sonrisa. Dejó terminar al concejal y sencillamente, le dijo. “Estoy completamente de acuerdo contigo. Sobre todo en lo de sancionar al infractor. Que aquí de lo que estamos hablando es de una sencilla infracción, contemplada en la ley y que tiene su sanción correspondiente”. “No te entiendo”, le contestó el concejal. “Pues es muy fácil. Veras, lo tengo todo pensado. Lo primero es que aquí, como te decía, no sólo no se perjudica a nadie, sino que se benefician todos. Se beneficia el Ayuntamiento, se benefician los ciudadanos, se benefician los compradores de los pisos, y claro, se beneficia también mi empresa, eso no lo oculto. Pero es que todo es beneficio”.

El concejal ponía cara de incrédulo, pero el constructor prosiguió. “La idea es la siguiente. Nosotros construimos una segunda planta de garajes, lo que nos da unas veinte plazas más y sobra sitio para hacer también los correspondientes trasteros. Así libramos el bajo cubierta y podemos comunicar los últimos pisos para venderlos como dúplex”. “O sea, dijo el concejal, que no sólo hablas de una infracción, sino que son dos, ya que tampoco es posible el tema de los dúplex y lo sabes”. “Claro que lo sé. Pero, ¿de cuánto estamos hablando?, ¿de cuánto sería la sanción?”. “¿Sanción? No cabe. En tu caso habría que ordenar la restitución de las obras para ajustarlas al proyecto por el que se te concedió la licencia”. “Claro que cabe acuerdo, -le replicó convencido-, o vas a ordenar rellenar un sótano, una vez construido y que no molesta a nadie, como tampoco perjudica a nadie que una escalera interior comunique los pisos, porque no nos pasamos en las alturas”.

El concejal dudaba y el constructor pensaba que cada vez estaba más cerca de su objetivo. Así que siguió a la carga. “Calculemos la sanción. La venta de las veinte plazas de garaje y el incremento de precio para los dúplex pueden suponer unos 300.000€ más. Te propongo que la sanción se haga por esa misma cantidad. Así, nadie sospechará de la posibilidad de un acuerdo previo entre nosotros”.

El constructor se calló en ese punto y dejó al concejal, como en ascuas y con cara de sorprendido. “O eres más tonto de lo que creía, -dijo el concejal-, o tú te guardas un as en la manga. Porque si te sanciono por la misma cantidad que ganarías, incluso pierdes cuartos, ya que el coste de construcción de ese segundo sótano y las obras de los dúplex irían de tu cuenta”.

“Si la cosa acabase aquí, sí que sería tonto, pero es que lo mejor viene al final”, dijo el constructor, ya con la sonrisa al límite enmarcando sus dientes amarillecidos. “El caso es que leí el otro día que estabais buscando un local céntrico para el traslado de una escuela municipal, ¿me equivoco? Pues ya tenéis local, de casi quinientos metros cuadrados y valorado, duro arriba, duro abajo, en 300.000 euros. ¿Y qué conseguimos con esto?, que el ciudadano vea que el Ayuntamiento controla la legalidad, aplica las sanciones correspondientes y se beneficia de ello de modo inmediato obteniendo un patrimonio cuantificable, que además cubre una carencia municipal y está ahí, bien visible y transparente para todos y que tú, además, puedes rentabilizar electoralmente”

“Bueno, vete frenando, que ahora el político parece que eres tú”, le interrumpió el concejal. “Así que dedícate a lo tuyo, que de la rentabilidad política del asunto ya me ocupo yo”. “No, si de lo mío bien que me ocupo, no tengas duda” replicó el constructor jocoso. “No, no hay duda”, zanjó el concejal, que ya había sopesado mentalmente los pros y las contras, que las había, no todo iba a ser tan de color rosa como lo pintaba el otro. Que habría críticas, seguro, que bramaría la oposición, también. Que muchos, incluso dentro de su propio partido, mirarían la operación con lupa, fijo. Podría dar hasta una lista de nombres, empezando por los rivales de los dientes afilados que le esperaban en el congreso local de su formación con la aviesa intención de arrebatarle a él el mando en plaza.

“Mira, dijo el constructor, tienes que verlo así: lo que vamos a hacer es un gran pastel, del que vamos a comer todos. El ayuntamiento gana un local y pone en marcha un servicio que beneficia a los ciudadanos. Los compradores de los pisos pueden acceder a una segunda plaza de garaje, lo que genera un mayor valor para su vivienda y, si quedasen plazas sin vender entre los nuevos propietarios, las pondríamos a la venta a los vecinos de las casas colindantes, con lo que además liberaríamos plazas de aparcamiento en superficie, que también es bueno para todos”.

Y, él, obviamente, aunque no lo dijo, se embolsaría el beneficio de la venta, porque era una venta encubierta, del local que se quedaría el Ayuntamiento, ya que su precio de construcción era, evidentemente, mucho menor que esos 300.000 euros de sanción que sólo sobre el papel iban a aplicarle.

Tampoco dijo, -ni falta que hacía, porque el concejal no era tonto y estaba al tanto- nada de las dificultades que tenía para la venta de los bajos comerciales, se sobreentendía. Porque el concejal sabía bien que las ventas de pisos sobre plano iban a buen ritmo y que el mejor local comercial, el de la esquina más visible del nuevo inmueble, ya estaba vendido. Pero, el resto de locales, en una ciudad económicamente deprimida, con un comercio en crisis y casi apuntillado por la presión de las grandes superficies que arrastran a los compradores hacia las afueras, iban a ser difíciles de colocar. En muchos edificios los locales tardan años en venderse y quedan así, luciendo el indecoroso ladrillo un año tras otro, sin que eso repercuta positivamente en el bolsillo de nadie. Así que la jugada, desde el punto de vista del constructor era perfecta: ganaba más, vendía lo más difícil y, en menos de un año, dejaba el tema liquidado y, a otra cosa.

Para el concejal quedaban las dificultades, que, pensaba, en el fondo no eran tantas. Las mismas moscas cojoneras de siempre, poniendo pegas a cualquier cosa positiva que se haga en la ciudad, por el simple hecho de que quienes la llevan a cabo no son ellos, sino los otros, los contrarios. Más de lo mismo. Podía con ese toro, sin duda. Pero, claro, en la ecuación final faltaba algo.

“Dices que aquí todo es beneficio, que si el ayuntamiento gana, que si los ciudadanos ganan, que tú ganas, pero me dejas a mí las dificultades y aún no me has dicho qué es lo gano yo”. “Ja, ja, ja, ja, ja” rió entonces el constructor sin contenerse lo más mínimo. “No sabía que eras de los que no se conforman. Porque tú está claro que ganas: refuerzas tu imagen de legalidad al imponer sanciones, consigues patrimonio revalorizable para el Ayuntamiento sin gastar un duro de las arcas municipales, pones en marcha una escuela y no hace falta ser muy listo para lograr réditos políticos de todo eso”. “Sí, pero ‘todo eso’ hay que trabajarlo, despacito y con mucha cautela, para que no salga la burra capada”, replicó el concejal, “que aquí andan todos a la caída, con la mosca tras la oreja y en cuanto se mueve un duro de aquí para allá, todo se mira con lupa”. “Pues tú dirás”, respondió el constructor cogiendo el toro por los cuernos. “Pues eso, ya te diré, en eso quedamos”.

Seis meses más tarde, tras la correspondiente comisión de urbanismo, el concejal daba una rueda de prensa en la que informaba de que, tras la pertinente visita de los técnicos municipales, se habían constatado irregularidades consistentes en la construcción de una segunda planta de garajes no contemplada en el proyecto y un aprovechamiento bajo cubierta, igualmente contrario a la normativa en vigor, por lo que se ejecutaría un procedimiento sancionador que debía aún ser cuantificado.

Un mes más tarde, el concejal informaba igualmente a los medios del acuerdo alcanzado con la empresa constructora por el cual, tras determinar en 300.000 euros la cuantía de la sanción, la empresa accedía al pago mediante la cesión a propiedad municipal de la parte principal de los bajos del edificio, valorados en dicha cantidad, y que el ayuntamiento ya había decidido el destino que tendría: serviría de sede para la nueva escuela municipal, que era una demanda ciudadana que venía de años atrás, etcétera, etcétera. “Consideramos que este acuerdo es positivo para la ciudad, para el ayuntamiento y sobre todo para las personas que llevan años demandando la creación de esta escuela, destacando, sobre todo, que ello no supone desembolso alguno para las arcas municipales, ya que el compromiso alcanzado incluye incluso las obras de adecuación del local al nuevo uso para el que va a ser destinado”.

Hubo tormenta, claro que sí. Pero los chaparrones llegaron más desde dentro, es decir, de su propio partido, que de la oposición, a la que se veía incómoda. No era para menos. No podía oponerse frontalmente, por no enfrentarse a una parte de su propio electorado, que veían el acuerdo positivo y estaban a favor de que la puñetera escuela se hiciera ya e incluso no veían mal que el promotor ganase su dinero y, aunque postularon que la solución ideal sería la restitución de las obras para ajustarlas al proyecto, que el acuerdo no se veía muy claro, que el mayor beneficiario era el constructor… que había gato encerrado, vamos, en la prensa, en cambio, fueron tibios. Su labor fue más de zapa: difundiendo dudas, rumores y diretes en petit comité y en reuniones informales.

Los de su partido, no todos, sino algunos de línea contraria, que apenas sumaban un tercio de los votos acusaron, pusieron zancadillas, recurrieron a la dirección del partido hicieron aspavientos e incuso patalearon, sin conseguir nada más que eso, porque la dirección del partido ni se mojó ni dijo esta boca es mía.. Pero, en el congreso local, en el momento de las votaciones que ellos creían felices, empezaron, de repente, a aparecer votantes a los que no conocía nadie en el partido, hasta el punto de que la cosa empezó a parecer sospechosa, máxime cuando los resultados arrojaron una aplastante derrota por su parte y victoria por parte del concejal.

Empezaron a tirar del hilo y concluyeron que aquellos afiliados que sólo aparecían en una última lista, pero que eran votos legales y había que joderse, resultaban ser en su mayor parte, según decían, trabajadores de la empresa del constructor.

Pero el escándalo no trascendió. Los díscolos fueron acallados, con el silencio cómplice de los medios de comunicación y eso fue todo. Cada quien siguió en su silla, el tiempo puso un tupido velo en todo aquello y hoy sólo lo recuerdan unos cuantos.

La punta del iceberg.

La cultura global

Hago zapping por los canales de los satélites Astra e Hispasat. Da igual qué canal veas. O en qué idioma hablen. El idioma es, si cabe, la única diferencia. Me quedo en Arirang, la Televisión Global Coreana: hablan de hamburguesas y nos muestran un restaurante donde preparan unas de medio metro de diámetro. Obviamente, la cortan a cuchillo y la distribuyen en raciones, entre varios. Y los comensales critican las hamburguesas del Burguer King y del McDonald’s, dónde va a parar la diferencia, dicen.

Con toda esta polémica de las hamburguesas dobles y triples y sus grasas que tenemos aquí y allí lo venden globalmente como seña distintiva, dentro de un marco general donde ya comemos todos lo mismo, la misma basura. Bebemos lo mismo también. ¿Dónde no se bebe Coca-Cola? ¿O cerveza? Vestimos las mismas ropas de esa H&M o esa Zara universal, con sus marcas satélites rozando la estratosfera. Vivimos en ciudades idénticas, en apartamentos de grandes edificios que decoramos con muebles de Ikea, con aceras y escaparates con los mismos negocios en todas partes y coches idénticos (que fabrican empresas cada vez en manos de menos dueños) y oficinas también idénticas en las que trabajamos, con idéntica tecnología de Microsoft.

Esta es la globalización. El nirvana de los países desarrollados. A lo que aspiran todos los que no han llegado al desarrollo. A esa meta para la que muchos arriesgan sus propias vidas en pateras y cayucos, bajo las ruedas de los camiones o en bodegas infectas de barcos negreros.

Eso quieren, vestir, al menos, ropa de Zara, comer comida basura en restaurantes de autoservicio, mientras beben cocacola, poder conducir el mismo coche que el vecino, currar en una oficina con aire acondicionado y ordenadores, vivir en un minipiso por el que pagamos una macrohipoteca vitalicia y pagar un seguro para que, el día que muramos, nos metan bajo tierra o nos prendan fuego.

Ese es el paraíso del marketing, el nuevo paraíso que nos ofrecen. Y así es. Trabajamos, los que tenemos más suerte, a salvo de las inclemencias del tiempo, manejamos tecnología, pagamos la hipoteca y en nuestro tiempo libre, vamos al gran centro comercial a hacer nuestras compras hiperconsumistas, llevándonos siempre más de lo que necesitamos y cerrando el círculo de trabajador, cliente, esclavo que se establece como patrón.

Veo estos días a la gente acelerada, organizando sus compras de Navidad. Es el mejor mes para el Mercado. Las fiestas con el mejor marketing en el mundo entero. Ese arbolito universal y ese Santa Claus cocacolero. Y venga de regalarnos los unos a los otros. Ningún niño sin juguete, ni ningún adulto sin al menos, unos calcetines.

Juntos, el mundo entero, celebraremos el nuevo año universal con idénticas fiestas en las que no faltarán las burbujas del champán. En fin, al final, todos flotando en el líquido universal global de la nueva cultura del marketing.