martes, 23 de enero de 2007

37 millones de millonarios = 6.000 millones de indigentes

Si las cosas ya estaban mal en cuanto a la distribución de la riqueza en el mundo, el último informe del World Institute for Development Economics Research (Wider), dependiente de la ONU, debería ser algo más que una simple voz de alarma.

¿Cómo si no interpretar el dato de que el 1% de la población mundial acumule el 40% de la riqueza? Es decir, que sólo 37 de los 6.000 millones de personas se reparten casi la mitad de la tarta. Y esos 37 millones de personas acumulan una fortuna mínima de casi un millón de euros.

Y sólo un dato más: el 10% de los más ricos del planeta poseen el 85% del capital mundial.

La acumulación del capital sigue su imparable marcha y la desigualdad sigue aumentado. Es decir, los ricos son cada día más ricos y los pobres, más pobres. Es curioso que esta pobreza impida incluso el acceso a los alimentos, aún no habiendo escasez alimentaria, sólo escasez de dinero.

Por algo dice la Biblia que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos.

Porque no hay ningún rico inocente. En este mundo altamente competitivo y cada vez menos solidario, sólo importa llegar primero a la meta, aunque los demás salgan derrotados. Eso no es responsabilidad de nadie. Todos se lavan las manos. Es sólo culpa del sistema, que es una cosa abstracta.

Y ¿quién va a cambiarlo si los que mandan, los que tienen el poder del dinero y de las armas, están encantados de haberse conocido y su mayor problema es que el garaje se les queda pequeño para tanto coche nuevo?

No sé si la salida estará en una revolución. Porque el día en que los desheredados del planeta decidan poner punto final a tanta injusticia ¿qué va a pasar? ¿Y el día que los ricos dejen de tener clientes porque los pobres no puedan comprar sus productos, como ya le sucede a la mitad de la población mundial?

Pero no hay problema. No habrá tal revolución. Los pobres del mundo, a lo más que aspiran es a llegar como sea a un país rico y, a su vez, adquirir igualmente el estatus de privilegiado. Si es que el marketing es muy poderoso.

Tan poderoso que afecta igualmente a los que viven en los países más ricos: ¿Quién no quiere ser millonario? Ese es el modelo de hombres que nos venden: ricos, con éxito, con toda la riqueza y la tecnología a su alcance y, si puede ser, también famosos para que los “minutos de la basura” mediática que según Marshall MacLuhan todos tendremos, sean igualmente desiguales, inclinando la balanza hacia su lado.







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