Con toda esta polémica de las hamburguesas dobles y triples y sus grasas que tenemos aquí y allí lo venden globalmente como seña distintiva, dentro de un marco general donde ya comemos todos lo mismo, la misma basura. Bebemos lo mismo también. ¿Dónde no se bebe Coca-Cola? ¿O cerveza? Vestimos las mismas ropas de esa H&M o esa Zara universal, con sus marcas satélites rozando la estratosfera. Vivimos en ciudades idénticas, en apartamentos de grandes edificios que decoramos con muebles de Ikea, con aceras y escaparates con los mismos negocios en todas partes y coches idénticos (que fabrican empresas cada vez en manos de menos dueños) y oficinas también idénticas en las que trabajamos, con idéntica tecnología de Microsoft.
Esta es la globalización. El nirvana de los países desarrollados. A lo que aspiran todos los que no han llegado al desarrollo. A esa meta para la que muchos arriesgan sus propias vidas en pateras y cayucos, bajo las ruedas de los camiones o en bodegas infectas de barcos negreros.
Eso quieren, vestir, al menos, ropa de Zara, comer comida basura en restaurantes de autoservicio, mientras beben cocacola, poder conducir el mismo coche que el vecino, currar en una oficina con aire acondicionado y ordenadores, vivir en un minipiso por el que pagamos una macrohipoteca vitalicia y pagar un seguro para que, el día que muramos, nos metan bajo tierra o nos prendan fuego.
Ese es el paraíso del marketing, el nuevo paraíso que nos ofrecen. Y así es. Trabajamos, los que tenemos más suerte, a salvo de las inclemencias del tiempo, manejamos tecnología, pagamos la hipoteca y en nuestro tiempo libre, vamos al gran centro comercial a hacer nuestras compras hiperconsumistas, llevándonos siempre más de lo que necesitamos y cerrando el círculo de trabajador, cliente, esclavo que se establece como patrón.
Veo estos días a la gente acelerada, organizando sus compras de Navidad. Es el mejor mes para el Mercado. Las fiestas con el mejor marketing en el mundo entero. Ese arbolito universal y ese Santa Claus cocacolero. Y venga de regalarnos los unos a los otros. Ningún niño sin juguete, ni ningún adulto sin al menos, unos calcetines.
Juntos, el mundo entero, celebraremos el nuevo año universal con idénticas fiestas en las que no faltarán las burbujas del champán. En fin, al final, todos flotando en el líquido universal global de la nueva cultura del marketing.
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