Cualquier científico se preocupa de que su trabajo se difunda y sus descubrimientos puedan ser aprovechados para que otros prosigan el avance. Cada vez más la ciencia es un trabajo de equipo o incluso de muchos equipos ubicados en lugares diversos, pero interconectados, compartiendo información.
Y es por eso que las ciencias adelantan que es una barbaridad.
Pero hay otro conocimiento, fundamental, que se nos hurta en nuestras narices y al que no tenemos acceso, ni lo tendremos nunca: el conocimiento patentado.
En Europa, el Parlamento estableció en 2005 que los programas de software no pueden ser patentables, ni los avances que en estos se hagan, pero esta decisión está siendo nuevamente revisada y las presiones llegan desde todos lados. Pese a eso, los usuarios de informática europeos disponemos de 15.000 patentes de software, de los que las tres cuartas partes son propiedad de grandes empresas informáticas, y todas empresas de fuera de Europa.
Las patentes de software significan la negación de acceso a ese conocimiento común y, lo que es más peligroso, a que el conocimiento, de seguir así las cosas, pase a ser una patente en manos de cuatro empresas, que son las que decidirán, sencillamente, qué es lo que nos venden y a qué precio. Y sobe todo qué es lo que debemos saber y lo que debe permanecer oculto: la manipulación está servida.
Son las dos visiones de ver el mundo, la del software libre y la del software propietario. En el primero podemos acceder al código fuente y modificarlo y aplicarlo en nuevos proyectos o mejorar, con nuestra aportación, el existente. Así funciona Linux, un sistema de código abierto pero que, cada vez más, está pasando a manos de empresas que ven en el sistema operativo del pingüino una nueva fuente de ingresos, vendiendo software propietario.
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