miércoles, 20 de diciembre de 2006

Y Guillermo Puertas inventó las Ventanas

Durante años fue el tipo que ocupaba (y ocupa) el top one de la revista Forbes, el más rico entre lo ricos, con una fortuna calculada en 61.000 millones de dólares. El tiburón de los negocios que se libró de la competencia con prácticas al límite o más allá del límite de lo legal, hasta extinguir cualquier forma de negocio que compitiese en su territorio, un territorio, el suyo, cada vez más amplio.

Dejó cadáveres empresariales por el camino y viajó continuamente a los juzgados, saliendo casi siempre indemne. Asentó un monopolio mundial de facto de su sistema operativo y sus programas satélites, que nunca fue el mejor por su calidad, ni por el precio, pero que derrochó recursos, marketing suficiente y acuerdos cerrados y exclusivos para que sus productos dejasen fuera de juego siempre al contrario.

Sabíamos que ni siquiera era un tipo genial. Me refiero en el sentido informático. (Bueno, depende como se mire, vamos a dejarlo ahí) Es decir, que no inventó nada, la cosa empezó comprando un sistema operativo a Tim Paterson por 50.000 dólares, que rebautizaría como MS-DOS y que Bill ya había vendido previamente a IBM, a tanto por licencia y ordenador con él instalado. Y ganó su dinero.

Apple era por aquel entonces la competencia y les aventajaba (tenían ya un entorno gráfico desarrollado por Xerox, frente a las letras blancas sobre fondo negro del DOS). Gates llegó a un acuerdo para suministrar a Apple diversos programas y mejoras y, a su vez, se hizo con el entorno gráfico y el ratón, elementos que le faltaban para hacer que el MS-DOS tuviese esas ventanitas que le harían famoso.

Nació Windows 3.11 y arrasó en todo el mundo. Todos los ordenadores de marca lo traían instalado de serie. Bill se hizo multimillonario. Más tarde compró Mosaic, lo renombró como Internet Explorer, lo integró en el Windows 95 y eliminó de un golpe a la empresa Netscape, líder mundial entonces de los navegadores de Internet. Tuvo denuncias, igual que más tarde las tendría con Windows Media Player o el Windows Messenger.

Se conoce que el negocio del software no era suficiente para él y, pese a ser ya el hombre más rico el mundo, entró también en el terreno del hardware. Teclados, ratones, la cosa no iba bien y claro, la XBOX, esa podría ser una buena idea, si no fuese porque Sony se le sigue resistiendo con su PlayStation, pero que, en esa lucha, también ha dejado fuera a otros y sigue en la batalla.

En fin, lo que nos fue llegando a lo largo de los años de Bill Gates fue ese perfil neoliberal o neocon, de ejecutivo agresivo, que se decía entonces. Y de su empresa, Microsoft, sus cuestionados frutos: ese sistema operativo que busca abarcarlo todo para que no quepa nadie más, que no permite ver ni modificar su código fuente, que es propietario, que se escuda en sus patentes y que políticamente no es del todo correcto. Y pese a que tiene millones de usuarios, tiene también un amplio número de detractores entre ellos, no sólo los que viven en el mundo del software libre.

¿Cómo un tipo con esa imagen y esas obras pasó a ser el primer filántropo del mundo? Este es el gran misterio. No me atrevo a decir que el gran cambio, porque no creo que sea real, pero desde luego sí que es apreciable el cambio de imagen pública, que le ha llevado a obtener, a través de su fundación, el premio Príncipe de Asturias.

Porque, acaso no sea oro todo lo que reluzca. Su labor filantrópica la desaarrolla a través de fundación, Bill y Melinda Gates, dirigida por su padres y en la que su propia esposa es uno de los pesos pesados. Desde su nacimiento en el 2000 ha pasado a convertirse en la organización privada que más dinero aporta a proyectos de ayuda y maneja un presupuesto más alto que el de la ONU.

Pero veamos algunas de sus obras:

En 2004 entrega 200 millones de dólares para la prevención del Sida en la India, donación que coincidió, qué casualidad, con la intención el gobierno indio de implantar y potenciar el software libre, para lo que ya había empezado a realizar estudios.

Sus regalos de licencias de Windows a países del tercer mundo, que sólo le suponen simplemenmte el coste de copia de los cedés, que jamás podría vender allí, lo que le reporta el hacerse con más tajada del pastel y mejorar al tiempo su imagen.

Y su ayuda de 500 millones de dólares para la lucha global contra el Sida, la tuberculosis y la malaria (apoyando el proyecto del español Pedro Alonso en Mozambique para lograr una vacuna para esta última enfermedad). Parece intachable, así, de entrada. Pero estos fondos de ayuda servirán a los intereses en última instancia a la empresa Glaxo Smith Kline, propietaria de la patente de la vacuna y que había abandonado su desarrollo por considerarlo poco rentable, al ser una enfermedad que afecta a los países pobres.

Glaxo pertenece a Big Pharma, una de esas empresas que aparecen en todas las listas negras por sus prácticas y que John Le Carré ponía en la picota en su libro “El jardinero fiel”. Pues será esta empresa quien, beneficiándose de los fondos privados de Gates y de la investigación de Alonso, vuelva a ver la rentabilidad en el negocio, puesto que ya nada tienen que gastar, sólo vender la vacuna (dicen que barata), pero que será un negocio redondo, con nula inversión por su parte.

Si es que la filantropía tiene muchas caras y las caras de algunos, por mucho que se laven, siguen llevando, debajo de la máscara y la sonrisa, la misma ideología. O en palabras de Miguel Romero (La hora del pueblo) "las fundaciones se alimentan de fondos provenientes de prácticas empresariales que contribuyen a crear los problemas sociales que la filantropía pretende aliviar".

Una contradicción que, depende como se vea, no es tal, sino otra cara más del mismo negocio.


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