jueves, 21 de diciembre de 2006

Y esto es lo que hay, señor Woodward

Decía Pérez Reverte en la entrevista aniversario de los mil números de la revista XLSemanal que, pese a sus trece años apareciendo domingo tras domingo sin mostrar complacencia y dando estopa a diestro y siniestro, nunca nadie en la redacción le había dicho “córtate un poco”, pese a las presiones que, en determinados momentos, la revista padeció por parte de políticos, empresas anunciantes y, supongo, lectores ofendidos.

Pero está claro que Pérez Reverte es uno de los pilares de la revista y su capacidad para no dejar a nadie indiferente es, precisamente, uno de los principales ganchos y el más efectivo reclamo de venta y de anunciantes. Las revistas semanales saben muy bien del valor de las firmas de sus articulistas y del valor de Reverte en concreto. Así que los marrones y las presiones bien pueden echarse a la espalda.

Lo malo es que eso que dice Reverte, que suena tan bonito, que parece que vivimos en el País de las Maravillas y que la libertad de prensa es un valor que defendemos todos a uñas y dientes, debe ser sólo verdad en su caso concreto.

Que le pregunten a cualquier redactor de delegación de provincias como se las gastan sus jefes cuando el periodista se empecina en hacer los renglones por encima de la cabecera. Y eso de opinar, olvídate, tú a redactar los comunicados y transcribir las ruedas de prensa y alguna entrevistilla. Que la opinión ya la tenemos en manos de colaboradores perfectamente escogidos para que el conjunto de sus opiniones derive en una ideología que vender, digo, que ayude a vender y transmita los valores que hay que transmitir.

En este país en el que llevamos años con la prensa y los medios de comunicación casi en exclusiva en manos de dos señores de tendencias opuestas, enzarzados entre sí en una guerra en la que lo que menos importa es la puñetera verdad, sino en quedar por delante del adversario, y cuando ya todo dios se ha dado cuenta de que el periodismo se ha convertido en mero palanganero del poder, ¿qué nos queda?

No hará más de diez años que en España la profesión de periodista era una de las de más prestigio social. El periodismo de la transición, liberado de las cadenas de la censura franquista, contribuía a hacerse querer.

Hoy un periodista es un mamarracho que vocifera en cualquier tertulia del corazón, rodeado de una pila de advenedizos salidos de programas concursos y de famas de medio pelo, haciendo las veces de sesudos analistas de lo social que te rilas y frikis a punta pala saliendo a la calle con un micro y una cámara para reírse del respetable que se les ponga por delante.

Hoy un periodista es un tipo que interrumpe una entrevista para anunciar él mismo una marca de cereales y luego sigue como si tal cosa. O que hace una pregunta sin respuesta hasta la vuelta de la publicidad, o en el medio de la publicidad, que esto sí que es el último invento antizaping y un atentado contra las vejigas urinarias de los televidentes.

Y luego hay otra clase de periodismo, que dicen de investigación y que, en lugar de averiguar los hechos y sacar después las conclusiones, hace primero la tesis y luego busca los hechos que encajen con ella, descartando, por supuesto, los que no encajan. Y las tesis encajan como un guante con las de un partido político concreto.

Y esas tertulias de la radio española, que hay algunas que, al oírlas, parece mentira que haya tipos o tipas que puedan sostener sin sonrojarse semejantes opiniones. Tengo la sensación que todos leen perfectamente su papel, como en el teatro leído. Porque suena tan a impostura y a falta de convencimiento, con argumentos cogidos con la punta de los dedos y con papel de fumar que…

Así que, señor Reverte, me alegro de que a usted le dejen la cuerda larga y le paguen lo acordado y siga siendo una voz independiente. Aunque es un hecho que hoy las voces independientes sólo están en determinados blogs, porque lo que es en los medios de comunicación, las cosas están yendo muy por otro lado y muchos se han dado cuenta ya.

Y esto es lo que hay, señor Woodward.



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