martes, 30 de enero de 2007

El escritor y el periodista

Al periodista le exigimos que sea imparcial. Que deje de lado sus opiniones e incluso sus prejuicios, para ofrecernos un somero relato de los hechos desnudos de connotaciones, limpios de retórica y expresados de modo políticamente correcto. Pero, claro, ya decía el poeta Campoamor: “nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

Al escritor, en cambio, le exigimos que se moje, que ejerza de intelectual comprometido socialmente y que, por medio de su influencia, no sólo revolucione el arte literario, sino también el mundo, o al menos, parte de sus mentalidades.

En el escritor buscamos lo contrario que en el periodista: su subjetividad, su punto de vista único, unido a su manera de narrarlo.

Son dos oficios distintos, como dos círculos que a veces se tocan en algún punto, pero que deben alejarse, obligadamente, en otros. Porque del escritor requerimos su imaginación y no valoramos como mentiras sus invenciones, mientras que al periodista podrían apedrearle si se atreviera a tanto.

También debería decir que un periodista debería trabajar con los hechos y un escritor con las palabras. Para el periodista las palabras son una herramienta de precisión que hay que ajustar al tiempo y al espacio y para el escritor, una herramienta de prestidigitación con la que crear una atmósfera que envuelva su historia.

Uno nos cuenta lo que pasa y otro sencillamente, nos cuenta, lo que pasa y lo que no pasó nunca, pero que podría pasar en su mundo inventado y ser más creíble que el titular del primero.

Pero, claro, no todos son “notarios de la actualidad”, como decía García, ni todos los que se dicen escritores cumplen todos los requisitos. Los hay que se confunden de lado y debieran dejar los periódicos para hacer novelas y novelistas que sólo valen para fusilar comunicados.

Porque, qué bonita es la teoría y en cambio, que puñetera, la práctica.






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