viernes, 2 de febrero de 2007

Las leyes que rigen el mundo

Resulta que todos queremos ser millonarios y no hay millones para todos. No los hay porque los que hay los tienen ya otros. El mundo es una carrera en la que el que gana, se lo lleva todo. Y sólo gana uno.

Por eso, ay de aquellos que ni querían ganar ni perder, que no tenían desmedida ambición (que sencillamente querían ser ellos mismos y trabajar en algo que les gustase e hiciesen bien y ser justamente remunerados por ello). Porque ellos serán ese proletariado del siglo XXI, carente cada vez más de cualquier tipo de garantía, derechos y sueldos.

Pero ay de aquellos que emprendan el camino por su cuenta, el difícil camino que ha de abrirse uno mismo. Porque ellos están condenados a ser autónomos y, por definición, a estar cada uno por su lado, (yo me lo guiso, yo me lo como), a ser el sostén económico de una sociedad, siendo los últimos de la fila, puteados por cuanta multinacional exista para imponerles precios, condiciones de venta y generar una esclavitud inducida.

Y ay de aquellos que vayan aún más allá y decidan ser empresarios. Porque ellos están condenados a putear a todos los demás, si quieren llegar a donde el camino dice que hay que llegar: a ser el primero.

Leo, por ejemplo las leyes que rigen el mundo en que vivimos, las “Veinte leyes inmutables del marketing” escritas por Jack Trout y Al Ries, y publicadas por McGraw-Hill. La primera de ellas dice “Ley de liderazgo: Es mejor ser el primero que ser el mejor”.

Y ya empezamos. Porque fíjense bien lo que dice. Que no importa lo que se haga ni lo que se sea. Lo importante es ser el primero a toda costa. ¿Por qué? Porque según la ley número nueve: “Ley de lo opuesto. Si opta al segundo puesto, su estrategia está determinada por el líder”.

Hay que joderse. Ya saben lo que les toca a los que elijan esta última categoría. A ser un tocahuevos y un hijo de la gran puta. Un tipo al que no le tiemble la mano cuando toque firmar despidos masivos. Que salga ahí a la prensa, con dos cojones, y defienda su postura “como la más coherente dado el mercado y la coyuntura mundial que atraviesa el sector, con el agravante de la competencia asiática. Así que no queda más remedio que cerrar la planta y trasladarla a un nuevo polígono en China, donde podremos competir directamente”.

Y esto no lo dice, pero lo piensa, “con lo que el ahorro en mano de obra de producción va todo para el saco. Y todos esos de las pancartas de ahí abajo, como si montan tiendas de campaña, me la trae al fresco. Y si la cosa se pone fea, salgo por la puerta de atrás, de tapadillo, dentro del Mercedes, con los cristales ahumados, y el chófer despistando”.

Así que no queda más remedio que ser artista. Titiriteros mendigos que por las calles muestran su arte pidiendo una moneda a cambio de una sonrisa.








jueves, 1 de febrero de 2007

Cinco minutos a oscuras

El último informe de la ONU sobre el cambio climático, del que comentaba hace algunos días que debería encender la luz de alarma, de hecho, la ha encendido. Y hay, al menos dos reacciones.

Una, la de la oposición demócrata a Bush, que ahora le acusan de haber ocultado información, como hizo con Irak, sólo que esta vez, lo que ocultaba, son los datos de sus propios científicos sobre el cambio climático. Y no sólo los ocultaba él, sino que hizo callar las bocas que le decían el camino correcto.

Pero es que a Bush si le dicen que en Irak no hay armas de destrucción masiva, él dice que las hay y lo sostiene hasta que, con el tiempo, acaba admitiendo la evidencia y nadie parece pedirle cuentas por ese engaño. Si le dicen que el nuevo plan para Irak debe evitar el envío de más tropas, él hace exáctamente lo contrario. Y si le dicen que el planeta se está jodiendo en gran parte por culpa de sus empresas y que eso del Katrina tiene que ver con que se negó a firmar el protocolo e Kyoto, él se reafirma en sus convicciones. Porque él es un hombre de fé y sabe que dios está de su parte, tenga o no tenga razón: porque él es dios mismo.

La otra reacción de la que hablaba llega por parte de una ONG francesa, Alianza por el Planeta, que proponen a todos manifestarse al respecto y para ello proponen apagar las luces entre las 19:55 y las 20:00 horas de hoy.

Cinco minutos a oscuras para, primero, reflexionar sobre la propia responsabilidad individual en relación al consumo energético y, que en lugar de cegarnos contra Bush y todos los de su cuerda, miremos la viga en el ojo propio. ¿Apagamos los leds de los aparatos eléctricos o los dejamos en stand by? ¿Dejamos abiertos los grifos? ¿Reciclamos y separamos las basuras? ¿Y los aceites de coche y de fritura? ¿Somos conscientes de todas las cosas que hacemos mal o somos cínicos y tiramos la mierda a un lado cuando no nos ve nadie?

Cinco minutos pensando en ello seguro que no nos vienen mal. Y si todos los hicéramos, no sólo esos cinco minutos, tal vez las actitudes de nuestros políticos cambiarían.

Porque es bien cierto que tenemos los políticos que nos merecemos (los que tenemos la suerte de vivir en democracia) y que además, no son más que hijos de la misma sociedad que los aupó hasta donde están ahora.

Yo hoy apagaré las luces a las 19.55.









miércoles, 31 de enero de 2007

El blog del millonario

Y dicen que los ricos no tenemos nuestros problemas. Pues va a ser que se equivocan. A ver si no. Voy a explicarles lo que ha sido mi día, que ha venido un poco cruzado.

Para empezar, me levanto por la mañana, serían las diez y media, me tomo de un trago el zumo de frutas tropicales que me prepara la cocinera y me sirve mi fiel asistenta, Esmeralda, y cuando ya me decido a dejar para el final las trufas y el salmón ahumado y me dispongo a meter en la boca la primera tosta de caviar, me topo con el titular del diario.

Resumiendo: uno de mis paquetes de acciones ha sufrido un retroceso de ocho puntos, lo que significa que acabo de perder casi medio millón de euros. Casi me atraganto al verlo y, del susto, el caviar, del beluga iraní Cavcaspian de 525€ la lata de 100gr, se me fue a desparramar por el suelo. De la leche que metí en la mesa, no me cargué el zumo y la cafetera de milagro.

Y es que me fastidia, porque sé que la situación es coyuntural y la empresa está bien apuntalada. Pero tardará en remontar y mientras, no podré ganar nada. Menos mal que el primer mensaje que me llegó al celular, dándome el balance en el mercado Forex, me devolvió de nuevo la sonrisa. No pienso decir la cantidad. Me da vergüenza.

Entro en el garaje, elijo el Jaguar XK convertible, porque no sé si lloverá y, cuando me dispongo a arrancarlo el piloto del aceite que no deja de parpardear y me sale un jodido mensaje que dice que debo llevarlo al taller. Lo que me faltaba oir: cómo no vengan ellos, lo que es yo. Así que me tuve que girar hacia el BMW 645Ci, cuando no me apetecía.

El problema llegó cuando, tras arrancar el coche, que va como una seda, le doy al mando de la puerta garaje, empieza a subir y de repente, a medio metro del suelo, sencillamente, se para. Empecé a ponerme nervioso, pero decidí tomármelo con calma. Le di unas cuantas veces más al botón, pero nada. Aquello no se movía. Cambio de planes: podía salir por la puerta lateral e incluso irme en la moto, la Triumph Rocket III Classic, un tanto customizada, digamos que adaptada a mi estilo ya que, de las que tengo, es la más estrecha de manillar, para sacarla por la puerta.

Y así fue. Saqué la moto, salí de la finca, enfilé la carretera y todo parecía ir como la seda de no ser por unas inciertas nubes negruzcas en el horizonte que, conforme avanzaba con la moto iban haciéndose más y más grandes. Hasta que, de pronto, me cayó encima el diluvio universal.

Al carajo mi chaqueta de piel de Karl Lagerfeld de 3.200 euros y las botas Akle Boot, de Prada, que me costaron 595 eurazos. Menos mal que los pantalones eran unos jeans, unos All Saints, que aunque cuestan más de trescientos euros, no les pasa nada si se mojan.

Llegué a la planta veintitrés, donde tengo mi despacho, completamente empapado. Menos mal que soy un tío prevenido y siempre tengo un par de trajes en el vestidor, por si me tengo que cambiar en determinado momento. Un gris marengo de Armani le venía bien a mi día, pero decidí que el negro, a medida, de Gieves & Hawkes, de Londres, que sirven también a la Royal Family, se ajustaba mejor y encima va perfecto con la esfera negra del Rolex, que parece que veas flotando el oro de las agujas y los números, y los brillantes alrededor, como siempre, deslumbrando.

Con tanto ajetreo, la mañana se me había pasado volando. En fin, que ya era la hora de comer. Comida de negocios. En realidad para mí todas son comidas de negocios. Si son con hombres, evidentemente que son de negocios y si con mujeres, pueden ser de negocios o de otra clase de negocios.

Y de estos últimos no puedo quejarme, en absoluto, aunque uno es un caballero, así que permítanme ahorrarme los detalles. Claro que me ayuda mi situación, no voy a negarlo y realmente me aprovecho de ello. Cada uno juega con sus armas. El guapo, con su belleza innata, el simpático, de su simpatía y yo, modestia aparte, tengo de todo un poco, además de la solvencia financiera. (Si usted acaba de reírse, reconózcame al menos la simpatía).

La comida era una comida más, de balance, con mi contable y el asesor financiero, que además pretendían embarcarme en una aventura incierta en las Islas Vírgenes, para un negocio cuya solvencia yo no veía por ninguna parte. Hasta me pareció que estos tenían algún otro interés tras esta aparente tapadera. Porque, aunque no lo crean, hay que andarse con pies de plomo hasta con los colaboradores más cercanos, y darles puerta, tras hacerles firmar previamente un contrato de confidencialidad, tras no más de un par de años. Luego de ese tiempo, aprenden demasiado y saben al dedillo el modo de robarte sin que te des cuenta hasta pasado un tiempo.

Por la tarde, decidí pasarme por el gimnasio del club para darme un masaje, porque tenía la espalda molida del viaje en moto y uno va perdiendo costumbre. Después, me tomé un vermouth Noilly Prat, muy seco, cortado con un golpe de gin de Martin Miller´s Westbourne Strength , porque a mí me gusta el vermuth a media tarde más que antes de comer.

A las siete, tres días a la semana me toca jugar a tenis. Samantha era mi rival en esta ocasión y la cosa no estuvo mal, aunque me lo puso difícil un par de momentos, conseguí vencerla y mantener mi orgullo de macho, que aunque me duela reconocerlo, lo tengo. Así que tras el partido, llevé a Samantha a tomar una copa a la terraza frente al mar que más me gusta de toda la ciudad e hice lo posible para convencerla a cenar, en mi casa y me respondió que accedía sólo si yo era el cocinero.

Pense que esta tía era gilipollas. Podía pagar y traer a casa a cualquier concinero de la ciudad que me pidiera, para prepararle el menú que más le apeteciese y me mete a mí en la cocina de mi apartamento del centro (un triplex bien situado que utilizo para evitar atascos) a preparar una tortilla que acabó desparramada por la placa de inducción justo cuando le daba la vuelta. Si es que la cocina no es lo mío. Ni siquiera sé dónde están las cosas. Así que finalmente tiré de embutidos: unas lonchitas de jabugo, que alguien me tiene que explicar cómo hay que hacer para que salgan todas igual de finas, unos quesitos franceses y un buen vino gran reserva de unas bodegas de Borgoña mi propiedad y tira para el sofá, que arde el mundo.

Y fue justo en ese momento preciso, como en las películas, que sonó el timbre y como, por aquello de la intimidad, había despedido al servicio, abrí yo. Y allí estaba Sofía. Me quedé sin palabras. Y claro, se armó la pelotera. Samantha cogió su bolso y se fue de inmediato, sin decir adiós, mientras que Sofía me increpaba, cada vez más caliente, sin dejarme meter baza, hasta que se largó dando tal portazo, que el jarrón de Sevres de la entrada comenzó a balancearse. Yo corrí hacia él y llegué justo en el momento en que se reventaba contra el suelo.

Y yo imbécil de mí, le arreé una patada a la mesita de cedro del Líbano, que acabó el jamón pegado a las cortinas de muselina, el queso por los sillones de ante color crema y el vino, en la alfombra de seda de Bursa.

Así que lo único bueno de mi día me llegó por celular por mensajería y hablaba de dinero. Sí, diréis que no trabajo, pero no es verdad. Lo que pasa es que mi trabajo es que mi dinero trabaje para mí, mientras que otros prefieren trabajar para el dinero.

Pero, de verdad, no le deseo a nadie mis problemas.






martes, 30 de enero de 2007

El escritor y el periodista

Al periodista le exigimos que sea imparcial. Que deje de lado sus opiniones e incluso sus prejuicios, para ofrecernos un somero relato de los hechos desnudos de connotaciones, limpios de retórica y expresados de modo políticamente correcto. Pero, claro, ya decía el poeta Campoamor: “nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”.

Al escritor, en cambio, le exigimos que se moje, que ejerza de intelectual comprometido socialmente y que, por medio de su influencia, no sólo revolucione el arte literario, sino también el mundo, o al menos, parte de sus mentalidades.

En el escritor buscamos lo contrario que en el periodista: su subjetividad, su punto de vista único, unido a su manera de narrarlo.

Son dos oficios distintos, como dos círculos que a veces se tocan en algún punto, pero que deben alejarse, obligadamente, en otros. Porque del escritor requerimos su imaginación y no valoramos como mentiras sus invenciones, mientras que al periodista podrían apedrearle si se atreviera a tanto.

También debería decir que un periodista debería trabajar con los hechos y un escritor con las palabras. Para el periodista las palabras son una herramienta de precisión que hay que ajustar al tiempo y al espacio y para el escritor, una herramienta de prestidigitación con la que crear una atmósfera que envuelva su historia.

Uno nos cuenta lo que pasa y otro sencillamente, nos cuenta, lo que pasa y lo que no pasó nunca, pero que podría pasar en su mundo inventado y ser más creíble que el titular del primero.

Pero, claro, no todos son “notarios de la actualidad”, como decía García, ni todos los que se dicen escritores cumplen todos los requisitos. Los hay que se confunden de lado y debieran dejar los periódicos para hacer novelas y novelistas que sólo valen para fusilar comunicados.

Porque, qué bonita es la teoría y en cambio, que puñetera, la práctica.






lunes, 29 de enero de 2007

La reflexión necesaria

Leía hace no mucho en un artículo cuyo título y autor no recuerdo, que uno no sabe lo que piensa acerca de algo hasta que no lo pone por escrito. Y una vez hecho esto, nos sorprendemos a nosotros mismos.

Me resultó curioso, pero incierto. Quiero decir que uno, para escribir, debe reflexionar antes, debe también (aunque no siempre) documentarse y, claro, la opinión, el punto de vista, llega justo ahí, en ese período de reflexión previo a escribir.

Lo que sí es indudable es que el hecho de escribir nos invita a esa reflexión, a veces sobre asuntos en los que ni siquiera habíamos reparado. Claro que, eso de que acabe uno sorprendiéndose a sí mismo sólo puede ocurrirles a aquellos que no se conocen lo suficiente.

Recapitulando acerca de los post contenidos en este blog, en su conjunto, uno ve que el tono de sus artículos, los temas elegidos, las conclusiones que se extraen y las opiniones que se reflejan, mantienen una coherencia, denotan una ideología y una idea de lo que se pretende transmitir.

No se trata de ir a contracorriente, de tratar de ser un francotirador, de disparar contra las fobias o que el resentimiento ciegue las reflexiones. Uno debe despojarse de las cargas del daño, de las cicatrices, los odios, la cerrazón y hasta de las ganas de venganza.

Salvo a aquellos a los que la vida les ha dado más de lo que le pedían, todos llevamos dentro espinas clavadas, que a veces duelen y otras, incluso, sangran. Pero uno debe dejar la mochila del dolor personal y tratar de ser ecuánime, sin hacer trampas.

Lo que tengo que reconocer al autor del artículo que dio pie a este post, es al valor de la escritura como herramienta para la reflexión, para fomentar en nosotros mismos ese gusto dulce del libre pensamiento.

Y aunque ser un libre pensador no guste a los amos del sistema, que prefieren que no pensemos demasiado y sigamos los dictados del marketing sin cuestionarlos siquiera, algunos han visto en este fenómeno de la blogosfera un enorme potencial de negocio que explotan sin recato desde uno y otro lado.

Y es así. Nuestro mundo es un enorme escaparate en donde todo tiene un precio y, si no lo tiene, enseguida aparecerá alguien que se lo ponga y compre y venda sin pararse en barras.

Para otros, en cambio, como es mi caso, el valor de la libertad, la posibilidad de expresarse sin ninguna clase de censuras, la oportunidad de difundir ideas ocultas entre montañas de propaganda y, también, hacer llegar a otros la posibilidad de reflexionar sobre los temas propuestos, son alicientes suficientes para seguir en la tarea.

Una tarea a veces ardua, sin más recompensa que la satisfacción personal y el comentario amable de algún lector esporádico, no se entendería sin comprender previamente que, dentro de las diferentes mentalidades hay algunos que se ofrecen para ayudar de modo altruista y otros ven en esa necesidad de ayuda la posibilidad de emprender un nuevo negocio.

Así es Internet, así es la blogosfera y así es el mundo: reflejos los unos de los otros. Reflejos de lo que somos, de lo que carecemos, de lo que necesitamos, o a lo que aspiramos.

Y sólo nuestra capacidad de reflexión nos lleva a desgranar el trigo de la paja. De ahí la importancia de esa herramienta que ha llevado al hombre a ser lo que es: la escritura.


“For millions of years mankind lived just like the animals. Then something happened which unleashed the power of our imagination: We learned to talk” (Pink Floyd, Keep Talking, The Division Bell)